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Luces de gratitud: Dale Ritmo a Bogotá 2.0

Ideas Accionables para Bogotá – Idea #3 

Este artículo hace parte de una serie en la que propongo ideas concretas, accionables, de bajo costo y alto impacto, que considero pueden contribuir a mejorar algún aspecto o dimensión de la ciudad. 

Idea #1: Más Crepes&Waffles y menos Rappis para Bogotá y nuestras ciudades

Idea # 2: Ciudadanía, Tecnología y Gobierno por el espacio público de Bogotá 

Idea # 3 – Relanzar Campaña Dale Ritmo a Bogotá

Propuesta: Relanzar la Campaña Dale Ritmo a Bogotá para que nos enseñen a los bogotanos a no bloquear intersecciones con una estrategia de implementación mejor diseñada y ejecutada, apoyándose en conductores de Transmilenio, Sitp y empresas de taxis y de transporte escolar.

En Japón la comunicación en el tráfico se da de forma gestual, y se agradecen los gestos generosos que se reciben por parte de otros conductores a través de las luces de parqueo (Ver video). Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien cede el paso o permite un cambio de carril. 

Iniciando la segunda administración de Enrique Peñalosa en 2016, se puso en marcha una campaña de cultura ciudadana que abordaba el problema del bloqueo de las intersecciones en la ciudad, que es uno de los comportamientos en el tráfico bogotano que más dificulta y entorpece la movilidad. 

Por un lado, interrumpe la fluidez vehicular, llegando en ocasiones a colapsar sectores completos de la ciudad. Y por el otro, es un enorme riesgo para los peatones que se ven obligados a cruzar las calles entre carros, buses y motos que no desaprovechan cualquier espacio para andar. 

¿Cuántas de las muertes y lesiones de peatones por siniestros suceden en intersecciones? Este es sin duda un dato crucial para la estrategia, pero desafortunadamente no logré encontrarlo entre las estadísticas de la Secretaría de Movilidad.

La campaña consistía en que los conductores que se encontraran en una intersección con el semáforo en verde, en la que avanzar causaría un bloqueo, debían alertar a los vehículos detrás de ellos encendiendo las luces estacionarias.  

Este sencillo gesto de comunicación entre conductores ayudaría a establecer un mecanismo de coordinación, evitando bloqueos, pitos  y reacciones agresivas hacia quienes intentan no bloquear las intersecciones.

El exalcalde Mockus incluso acompañó el lanzamiento de la campaña junto al alcalde Peñalosa, y ayudó a explicar su funcionamiento. 

(Ver video corto de lanzamiento

Las luces estacionarias son un nuevo lenguaje de comunicación entre conductores.

“Comunicación a través de luces, en vez de comunicación a través de pito”, explicaba Mockus. “Parece rarísimo que no lo hubiéramos hecho antes”, decía durante el lanzamiento.

Pues estamos en 2023 y seguimos sin hacerlo, en un contexto de congestión mucho peor, agravado por las muchas obras en curso.   

Siempre me pareció una gran idea por varias razones: resuelve un problema significativo en el tráfico, involucra a los ciudadanos de manera central en su funcionamiento, es relativamente fácil de enseñar y ejecutar, tiene un costo muy bajo y un alto impacto. Además, introduce un mecanismo de coordinación y colaboración que podría aplicarse en otras situaciones de tráfico en la ciudad. 

Pero lo más importante es que se enfoca en fomentar un gesto sencillo pero poderoso: que ante acciones solidarias que nos benefician a todos los bogotanos expresen mutuamente su agradecimiento. Esto tiene el potencial de alterar positivamente la energía colectiva que permea la ciudad, ayudando a la construcción de confianza entre nosotros.   

A pesar de estas ventajas evidentes, lamentablemente esta idea careció de una estrategia de implementación efectiva

Si bien hubo un lanzamiento mediático que generó cobertura en medios y emisión de cuñas radiales durante un tiempo, el esfuerzo pedagógico en las calles fue minúsculo, efímero y simplemente insuficiente para instalar el nuevo comportamiento.

En febrero de 2017, un artículo de Publímetro decía: “Con mucha expectativa se lanzó el año pasado la campaña de cultura ciudadana ‘Dale ritmo a Bogotá’, pero después de unos meses el objetivo de enseñarle a los capitalinos a respetar las intersecciones en cada cruce de semáforo se fue apagando como una fiesta cuando ponen una ranchera”.

La principal lección que nos deja el fracaso de esta campaña es, sin duda, la importancia de una buena ejecución de la idea. Porque una buena idea mal implementada tiene el fracaso asegurado, desperdicia recursos limitados, esfuerzos valiosos y su valor termina en la caneca.

“Nunca es la idea, siempre es su ejecución”, leía por estos días en un libro sobre innovación. 

Un reto de ejecución: lo que se requiere para instalar un nuevo hábito en los ciudadanos

Instalar cualquier hábito nuevo necesita de mucha repetición y reiteración, y el aprendizaje basado en la experiencia es fundamental para lograrlo, mucho más que una campaña efímera en medios y redes sociales. 

Nadie aprende a manejar un carro o una bicicleta leyendo un manual o a través de cuñas radiales, hay que aprender haciéndolo. Y como con todo lo nuevo al principio hay que reforzarlo mucho más para que se quede. 

Por eso, creo que la clave detrás de este reto de implementación consiste en identificar y trabajar con esos actores que pueden ayudarnos a replicar y enseñar consistentemente el gesto de coordinación en el contexto real de la ciudad, es decir, en las calles y en las mismas intersecciones. 

Necesitamos que sea algo que se repita miles de veces en la cotidianidad de la ciudad y durante el tiempo que sea necesario para convertir el nuevo comportamiento en hábito, para que quede instalado y eventualmente se realice de manera automática, como un reflejo, apenas se presente la posibilidad de bloquear la intersección.  

Entonces, ¿cómo podemos hacer esto posible?, ¿quiénes son esos actores clave que nos pueden ayudar con una implementación sostenida y coordinada de la estrategia en las calles de Bogotá?

Los actores que creo que mejor nos podrían ayudar con el tipo de implementación que necesita la estrategia son: 

  • Conductores de Sitp y Transmilenio.
  • Empresas de Taxis.
  • Empresas de Transporte Escolar.

En esta ocasión, la ejecución de la campaña se apoyaría principalmente en los conductores de Transmilenio y de Sitp, así como en empresas de taxis, aprovechando que son dos de los actores que más presencia y participación tienen en las calles de la ciudad. 

Otra razón crucial es que, al ser parte de empresas con estructuras organizacionales claras y definidas que cuentan con canales internos de comunicación, se hace posible dirigir mensajes y establecer los compromisos que requiere la campaña para poner a cientos de conductores a repetir el gesto en las calles y convertirlos en los embajadores de la estrategia.

Otros potenciales aliados, por las mismas razones, pueden ser los colegios y las empresas de transporte escolar, que se mueven principalmente durante las horas pico de la semana. Al involucrar el transporte de niños, la estrategia podría apelar al poder de los más jóvenes como transmisores de mensajes que impacten la conciencia de los adultos.

Además del gesto con las luces, está la posibilidad de utilizar estratégicamente los vehículos como vallas móviles que expliquen y refuercen el nuevo protocolo que queremos implementar. Y, por qué no, diseñar unas calcomanías para poner en la parte trasera de los carros, así se sumarían progresivamente más actores a la estrategia.

Finalmente, basándome en mis observaciones diarias, y como se evidencia en las fotografías, muchas veces son los conductores de Transmilenio y SITP quienes más contribuyen a bloquear las intersecciones. 

Por lo tanto, con esta nueva estrategia de convertirlos en aliados centrales en la mejora de la movilidad, estaríamos ayudando también a rescatar la imagen del sistema y sus conductores.

Estoy seguro de que los bogotanos lo agradecerán.  

Aquí puede ver el video largo del lanzamiento en 2016. 

La cultura ciudadana necesita un enfoque sistémico

Los cambios de hábitos y de comportamiento en el ámbito de la ciudad necesitan acciones y estrategias muy bien pensadas y diseñadas, a partir de una comprensión profunda del problema y su contexto, y de entender lo que motiva el comportamiento de sus muchos y diversos actores. 

Entonces, la cultura ciudadana no puede seguir reducida a acciones pedagógicas amables y divertidas, definidas por la presencia de arte y expresiones culturales, o a llamados vacíos a la autorregulación, o a campañas informativas o publicitarias de corta duración y aisladas de otras acciones y procesos complementarios. 

Pareciera que nos quedamos con el recuerdo de la icónica foto de los mimos de Mockus, pero sin la profundidad de la historia de los procesos y las reflexiones que tuvieron que darse para lograr transformar los comportamientos de los bogotanos durante los años de ese gobierno a finales de los años noventa.

Los cambios de comportamiento colectivo en diferentes ámbitos de la vida urbana (mal parqueados, colados en Transmilenio, basuras, coordinación en el tráfico, cuidado de parques, etc.) necesitan mucho trabajo y buen diseño de política pública. 

Son problemas complejos y sistémicos que dependen de muchos actores, fuerzas, dinámicas y relaciones que se retroalimentan y refuerzan mutuamente. Entonces, de nada sirven acciones aisladas y desconectadas de estrategias más comprehensivas para intentar corregirlos. 

Por eso, creo que es momento de pensar la cultura ciudadana de una manera diferente, desde un enfoque mucho más sistémico y comprehensivo, entendiendo la importancia del sentido de proceso para lograrla y la articulación en la solución de diferentes actores y dimensiones de un mismo problema. 

No basta decir que todo se resuelve con más cultura ciudadana y que la solución a todo es “más cultura ciudadana”. Esta no cae del cielo, ni aparece mágicamente al evocarla. 

Por el contrario, hay que crear las condiciones e intervenir el contexto para darle la posibilidad de aparecer. 

“El comportamiento del organismo es inseparable del comportamiento de su contexto” -Allan Watts.
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Ciudadanía, Tecnología y Gobierno por el espacio público de Bogotá


Ideas Accionables para Bogotá – Idea #2 

***Este artículo es el segundo de una serie en la que propongo ideas concretas, accionables, de bajo costo y alto impacto que considero pueden contribuir a mejorar algún aspecto o dimensión de la ciudad. 

(Idea #1: Más Crepes y Waffles y menos Rappis para Bogotá y nuestras ciudades)


Idea #2 – See Click Fix para Bogotá: Plataforma digital de reportes ciudadanos de problemas urbanos. 

Propuesta: Implementar un sistema digital de denuncias y reportes ciudadanos sobre problemas urbanos que sea fácil de usar, accesible 24/7, tenga un sistema de alertas, georeferenciación y trazabilidad del caso que obligue y ayude a la ciudad y sus entidades a mejorar su gestión frente a la reparación de daños y problemas en el espacio público. 

Hace unos días el candidato a la alcaldía, Juan Daniel Oviedo, sufrió una fuerte caída al irse dentro de un hueco mientras caminaba haciendo campaña (puede ver el video aquí). 

Aproximadamente siete meses atrás, una mujer cayó desde un puente peatonal cuyas láminas habían sido robadas. En el año 2013, una niña de tan solo 2 años, Michel Dayan Barrera, perdió la vida al caer en una alcantarilla abierta en pleno centro de la ciudad.

Estos trágicos sucesos son solo ejemplos de la  creciente problemática que enfrentamos a diario los bogotanos debido al pésimo estado de nuestro espacio público. 

Bogotá se encuentra en un estado vergonzoso, las calles llenas de huecos, baldosas y andenes rotos, bolardos caídos, basura que se acumula en distintos puntos, vertederos ilegales de escombros, muros vandalizados, carteles de pepe pegotero, obras inconclusas, alumbrado público y semáforos en mal estado, puentes peatonales sin láminas, parques infantiles que necesitan mantenimiento, alcantarillas sin tapa, entre otros problemas que resultan en el estado actual de descomposición del espacio público.

La pregunta es: ¿Cómo podríamos poner presión y al mismo tiempo ayudar a la ciudad a hacer una gestión más profesional y oportuna de todos esos problemas y daños que nos encontramos en el espacio público, que causan todo tipo de riesgos e incomodidades, y que necesitan atenderse?

¿Quién responde por el espacio público de Bogotá?

La ciudad necesita algo así como un “SeeClickFix”, que al español traduce como “Ver, Hacer Click, Arreglar”. 

“See Click Fix” es una aplicación que existe desde hace varios años en Estados Unidos, tuvo su origen en la ciudad de New Haven.  

Básicamente consiste en llevar las líneas 1,2,3 de denuncias a un formato digital (website y app) con un sistema de georeferenciación que está conectado directamente con las entidades del gobierno local, responsables de responder con gestión a los diferentes daños y situaciones que reportan los ciudadanos. 

Se pueden reportar huecos, alcantarillas abiertas, andenes en mal estado, semáforos o alumbrado que no funcionan, infraestructura que necesita mantenimiento e incluso podría ser útil para reportar situaciones de inseguridad. 

Son problemas urbanos a los que por lo general nos enfrentamos individualmente, pero que afectan a muchas otras personas. Las tragedias que mencioné abriendo el artículo podían haber sido las tragedias de cualquiera de nosotros. 

“’SeeClickFix’ le permite a los usuarios reportar problemas que no son emergencia, desde árboles caídos hasta alcantarillas obstruidas, grafitis o huecos. Los funcionarios locales supervisan el website y responden a los problemas reportados, así como a la persona que lo reportó” (ver artículo).

La plataforma permite llevar la trazabilidad de los diferentes casos y saber si el gobierno les ha dado o no respuesta. Los reportes pueden acompañarse con evidencia visual de fotos y videos. 

Además, permite crear zonas de interés en función de la ubicación de los usuarios, ayudando a construir comunidad detrás de los problemas y la gestión del barrio. 

La aplicación reconoce que a las personas les interesa principalmente lo que sucede en su entorno inmediato, como su casa o los lugares que frecuentan (trabajo, por ejemplo), mientras que prestan poca o ninguna atención a lo que sucede en zonas más alejadas de la ciudad.

Además, su diseño contempla la dinámica de generarle respaldo ciudadano a las denuncias a través de “likes” para que el asunto reportado sea atendido. 

Hoy por hoy se ha vuelto común ver a los ciudadanos denunciar toda suerte de  situaciones a través de las redes sociales, especialmente Twitter. Y suele pasar que solo cuando las denuncias ganan visibilidad la entidad del distrito interviene y se hace responsable de gestionar la solución correspondiente. Entonces, “See Click Fix” funcionaría también como red social y mecanismo de presión ciudadana.

En el contexto actual de Bogotá, sería algo así como la fusión de la iniciativa político activista de las “X rosadas” (que denuncia con pintura rosada el mal estado del espacio público de la ciudad) y el canal de PQR “Bogotá te Escucha”, con un sistema de georeferenciación digital de las denuncias y alertas en tiempo real de los reportes ciudadanos, que está a la vista de todos. 

Y lo más importante: es fácil y hasta divertido de usar, pero además comprende en su diseño las lógicas detrás de los actos de nuestros ciudadanos y gobiernos en esta era digital. 

Detrás del lamentable estado de descomposición del espacio público de la ciudad, se evidencia un enorme problema de gestión institucional que hay que empezar a cambiar. 

La ausencia de una gestión profesional y oportuna del espacio público de la ciudad está creando todo tipo de riesgos e incomodidades para los ciudadanos, y tiene unas implicaciones muy serias en materia del uso eficiente del presupuesto de la ciudad, ya que aumenta exponencialmente el costo de su posterior reparación. 

No hay nada más importante en una ciudad que su espacio público, al final es la calidad del espacio lo que define su éxito o fracaso. Mientras que el buen espacio nos cuida, nos integra y nos iguala, el mal espacio nos agrede, nos distancia y nos encierra. Conceptos como «ciudad cuidadora», «ciudad caminable» o «ciudad sostenible» simplemente no pueden realizarse sin un espacio público de calidad. 

Por otro lado, como dice Lior Steinberg, “la ciudad inteligente nada tiene que ver con inteligencia artificial o sensores. Una ciudad es inteligente cuando los niños pueden caminar y andar en bicicleta con libertad y seguridad. La tecnología es sólo un bono”.

El ejemplo de este app es solo un referente de hacia dónde puede y debería avanzar Bogotá en la gestión de su espacio público, y de la enorme oportunidad que existe de apoyarse en la tecnología y la inteligencia colectiva de sus ciudadanos. 

Aquí hay un gran ejemplo de cómo poner la tecnología al servicio de la calidad de vida de los habitantes de una ciudad.

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Más Crepes & Waffles y menos Rappis para Bogotá y nuestras ciudades

Ideas Accionables para Bogotá – Idea #1 

***Este artículo marca el inicio de una serie en la que propondré ideas concretas, accionables, de bajo costo y alto impacto, que considero pueden contribuir a mejorar algún aspecto o dimensión de la ciudad.

Idea #1: Concurso de Cultura Ciudadana Empresarial (Ciudadanía Corporativa)

Empresas que hacen parte de la solución a los problemas de Bogotá 

Propuesta: Un concurso anual que tenga como objetivo reconocer y destacar a aquellas empresas que, a través de prácticas empresariales responsables y la implementación de iniciativas, contribuyen activamente a la resolución de los problemas de la ciudad y a su buen funcionamiento.

Temas: Cultura Ciudadana Empresarial, Soluciones, Corresponsabilidad, Ciudadanía Corporativa.

«Una marca ya no es lo que le decimos al consumidor que es, sino lo que los consumidores se dicen entre sí que es». 

– Scott D. Cook, Director de Ebay

Que la mejor estrategia empresarial, sea hacerlo bien con la ciudad. 

El impacto de las empresas y sus operaciones en el buen o mal funcionamiento de la ciudad es enorme. Estamos hablando de aproximadamente 500 mil empresas en la ciudad-región. 

El de Rappi es quizás el mejor ejemplo, en el peor sentido, de una empresa que la causa todo tipo de efectos negativos a las ciudades, incluyendo siniestralidad vial, desorden en la movilidad, invasión de espacio público, proliferación de los ruidosos y contaminantes ciclomotores, situaciones de inseguridad y hasta mala disposición de basuras por parte de sus cocinas ocultas. 

Detrás de los malos comportamientos de los repartidores, además de un contexto excesivamente permisivo y laxo en el control, hay unos incentivos económicos muy fuertes, dictados por el diseño del algoritmo de su app y un modelo de negocio perverso basado en la inmediatez en la entrega, que premia o castiga al repartidor según ese criterio. 

A la fecha no hemos visto el más mínimo gesto por parte de la empresa de corregir estos impactos. Sus prioridades, sencillamente, no coinciden con los intereses de la ciudad.

Y, sin embargo, la ciudad proporciona el contexto para que muchas empresas surjan y se establezcan, aprovechando las economías y los mercados que ofrece la aglomeración. Dicho de otra manera, su existencia es posible gracias a que existe Bogotá.

Bajo esta consideración, resulta fundamental diseñar estrategias y promover diálogos en torno al objetivo conjunto de alinear las actividades empresariales con los intereses de la ciudad. 

Pero, desde que Mockus introdujo el concepto de cultura ciudadana en Bogotá hace ya muchos años, centrando la gestión de sus gobiernos en la búsqueda de cambios de comportamiento colectivo y mejores dinámicas de convivencia, la verdad es que el empresariado nunca ha participado de manera protagónica y consistente en esas conversaciones. 

Tampoco se le ha invitado a ser un agente clave en la búsqueda de las soluciones que la ciudad necesita.  

En ese sentido, el objetivo de este concurso consistiría en destacar, reconocer y visibilizar aquellas empresas que, más allá de existir, operar y pagar impuestos, entienden la importancia de alinear sus intereses con los de la ciudad. 

Hablamos de reconocer empresas cuyas operaciones se destacan por ser responsables con el buen funcionamiento de la ciudad, o mejor aún, desarrollan iniciativas que la benefician, aportando a la solución de sus problemas, no a empeorarlos.  

Bajo el liderazgo del Distrito, en alianza por ejemplo con La Cámara de Comercio de Bogotá, algunos medios de comunicación y una organización como ProBogotá, este concurso anual se convertiría en una plataforma estratégica para impulsar y posicionar el concepto de ciudadanía corporativa y cultura ciudadana empresarial. 

Sería una manera de comprometer a las empresas a asumir un papel positivo y protagónico en las soluciones y cambios que la ciudad necesita. Se trata de exigir y promover una dimensión ética en la relación entre las empresas y la ciudad, reclamando una consideración más profunda sobre como sus operaciones impactan el entorno urbano.

Estamos viviendo tiempos en los que el consumidor es cada vez más exigente con la dimensión social y ambiental de las empresas. 

En este sentido, y considerando que todo ciudadano es un posible consumidor, está la oportunidad de elevar la conciencia sobre la responsabilidad que las empresas le deben a la ciudad y a la calidad de vida de sus habitantes. 

Además de ser lo correcto, hacerlo bien con la ciudad, cuidarla, tratar bien a sus ciudadanos, puede significarle a las empresas una gran oportunidad de fortalecer su reputación de cara a los habitantes = potenciales consumidores. Mientras, hacerlo mal les implica un riesgo enorme de dañar la marca y perder mercado, como le ha pasado a los taxis ante la competencia de las plataformas. 

Hay muchos ejemplos de empresas en el mundo que han entendido que alinearse con los intereses de las ciudades y la calidad de vida de sus habitantes es una estrategia de posicionamiento y diferenciación inigualable. 

Uno de los casos más destacados es el de Citibank en Nueva York, con su respaldo al sistema de bicicletas públicas City Bike. 

Asimismo, la iniciativa Smart Cities de IBM es otro ejemplo interesante, donde la empresa le plantea a los ciudadanos-consumidores una conversación propositiva sobre soluciones para la ciudad, y despliega una campaña de publicidad experiencial y con propósito en el ámbito urbano: 

«Si las ciudades fueran más inteligentes, entonces la vida en las ciudades sería mejor. Construyamos un planeta mejor.»  IBM Smart Cities

En el caso colombiano, empresas como Crepes y Waffles han fortalecido su marca gracias a la dimensión social y de servicio que han desarrollado, empleando mujeres cabeza de hogar y desplegando una flota de domiciliarias propia en motos eléctricas en medio de la pandemia. 

Necesitamos más Crepes y Waffles y menos Rappis en nuestras ciudades. 

Todos los días las personas están compartiendo historias sobre buenas y malas experiencias con productos y servicios a través de las redes sociales. El buen voz a voz es difícil de ganar, mientras que el negativo coge vuelo rápidamente. 

Estamos ante un contexto y unas dinámicas muy favorables pensando en ayudar a propiciar esa mayor alineación de intereses entre las empresas y la ciudad. 

Por último, los invito a pensar en el siguiente reto: ¿De qué otras maneras creen que podemos fomentar la participación de los empresarios en la búsqueda de soluciones para la ciudad? Y, ¿Cómo logramos cultivar en el empresariado un sentimiento de corresponsabilidad en la creación de un mejor futuro para Bogotá?

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Open San Felipe: La fiesta de ciudad caminable y diversa que queremos

“Una buena ciudad es como una buena fiesta, uno se queda mucho más tiempo del planeado”. -Jan Gehl

Las imágenes lo dicen todo. Las calles tomadas por una multitud de personas de todas las edades en un ambiente festivo y tranquilo, aprovechando una maravillosa tarde de sol bogotana.

La música suena de fondo, hay mesas al aire libre, algunos parchan en el pasto del parque, personas entran y salen de galerías y restaurantes, materas y calles coloridas embellecen el entorno y los “parklets” (muebles urbanos para sentarse) invitan a la gente a relajarse y disfrutar del ambiente. 

Si hay algo que nos encanta hacer a las personas es sentarnos a observar a otras personas. Y si hay algo que nos ayuda a sentirnos más seguros es convivir en la presencia de otros, contar con “más ojos en las calles”, sentir que entre todos nos cuidamos. 

Esta es la escena de una ciudad caminable, abierta, diversa, segura y vibrante, que se vive principalmente en su espacio público. Una escena maravillosa que proyecta la ciudad que deberíamos aspirar a alcanzar.

Aquí tenemos una mezcla perfecta de buen espacio público, actividades culturales, oferta gastronómica y diversidad de personas. Y algo muy importante, los carros no están invitados. Pueden llegar, incluso pueden entrar, pero es evidente que no es su lugar. Los protagonistas del evento somos las personas.  

Creo que no me equivoco al afirmar que la pandemia contribuyó al fortalecimiento del concepto de vivir la ciudad en su espacio público y al aire libre. Hacerlo nos protegió del riesgo de contagiarnos y nos permitió reanudar nuestras actividades económicas, sociales, culturales cotidianas.

A pesar de lo dura que fue la crisis del covid, también representó una oportunidad única para las ciudades de actuar y hacer realidad ideas maravillosas como esta y otras, como por ejemplo la ciclorruta de la Carrera Séptima y el programa de restaurantes a cielo abierto (“Bogotá a Cielo Abierto”), perfectamente afines con la promesa de una ciudad sostenible. 

El objetivo era aprovechar mejor el limitado espacio urbano, incluidas sus calles, para cuidarnos y vivir mejor; y lo consiguieron.

Foto: SDM – Intervención de urbanismo táctico para pacificar el tráfico vehicular 

Estas fueron transformaciones rápidas, ágiles y que no requirieron de inversiones gigantescas. Y, ojo, que hayan sido rápidas y económicas no quiere decir que haya sido fácil o que haya implicado poco trabajo.

Fueron operaciones de urbanismo táctico a gran escala.Open San Felipe es exactamente eso: un proyecto vivo y a escala barrial de urbanismo táctico y “placemaking” que demuestra cómo se pueden lograr transformaciones urbanas significativas de manera incremental, mediante la suma de esfuerzos y visiones diversas, siempre y cuando haya una visión clara y un fuerte sentido de proceso, de constante iteración y mejora.

En este sentido, no tengo dudas de que el éxito de este popular evento cultural, que sucede el primer fin de semana de cada mes y que ha venido madurándose en estos últimos años, es el resultado de una gran  gestión del evento, pero también del lugar y del espacio público donde ocurre, al que se le nota trabajo, cuidado y cariño.

Es el complemento perfecto del gran escenario que es el barrio  y una excelente programación (cultura, gastronomía, música, arte) para activarlo. Y, por supuesto, del liderazgo y la participación de su comunidad.Por último, pero no menos importante, también es clave destacar el impulso que ha recibido por parte del gobierno distrital a través de su Secretaría de Movilidad, por tratarse del primer piloto de la iniciativa de Barrios Vitales propuesto por la actual administración.

Desafortunadamente, el proceso del Open San Felipe es una excepción a la regla en el contexto reciente de Bogotá, porque en general la ciudad no logró avanzar en la dirección de fortalecer y cuidar la tendencia que nos señaló la pandemia de volcarnos hacia el espacio público para vivir la ciudad. 

Por el contrario, hemos visto una preocupante espiral de descomposición y deterioro de su espacio público, evidenciada por la presencia de basura en las calles, la epidemia de mal estacionamiento en los andenes, la proliferación de las ruidosas y contaminantes cicloguadañas, el deterioro de la Séptima Peatonal y la presencia indiscriminada de publicidad ilegal en muros y andenes.

Por otra parte, espacios peatonales que se ganaron durante la pandemia, como algunas calles peatonalizadas para la actividad de restaurantes, inexplicablemente se entregaron nuevamente a la normalidad de los carros. 

Pero el Open San Felipe es un valioso ejemplo para los bogotanos de cómo una ciudad caminable y con buenos espacios públicos trae grandes beneficios en múltiples dimensiones.

Además, nos enseña una importante lección sobre cómo un enfoque de cambio incremental y sostenido puede resultar aún más efectivo que apuestas de transformación urbana basadas exclusivamente en las lógicas, tiempos y complejas dinámicas políticas de los megaproyectos.

De hecho, ha sido un enfoque de transformación ágil, táctico e incremental, el que ha estado en gran medida detrás de las grandes transformaciones urbanas que ciudades como Nueva York y París han logrado en los últimos años.

Es un método que se basa en una estrategia volcada enérgicamente a la acción, a la idea de que tenemos que movernos de manera muy táctica y ágil, y que no podemos esperar a que todo se resuelva hasta el último detalle para actuar. No podemos tampoco depender de los megaproyectos para mejorar y avanzar la ciudad.

Con lo que tenemos a la mano y un poco de imaginación podemos hacer cosas maravillosas. Y el Open San Felipe es una muestra de ello.

Para terminar,  quisiera dejarles la siguiente frase de Jannete Sadik Khan, excomisionada del Departamento de Transporte de Nueva York  entre los años 2007-2013, quien fuera responsable de la reciente gran transformación del espacio público de Nueva York (incluida la sorprendente peatonalización de Broadway):  

“Las ciudades deben adoptar un enfoque más inclusivo y humano para reconfigurar el ámbito urbano y reconstruirlo rápidamente a una escala humana, impulsado por un proceso comunitario sólido, pero con el compromiso de ejecutar los proyectos y no paralizarlos. Revertir la atrofia que aflige las calles de nuestras ciudades requiere un urbanismo centrado en el cambio, que genere resultados en el corto plazo que cree nuevas expectativas y demanda ciudadana por más proyectos”. 

Así las cosas, Open San Felipe es mucho más que un exitoso evento cultural; es un referente del cambio y los procesos de transformación que son posibles ahora y que necesitamos para Bogotá. En muchas ocasiones, utilizando lo que tenemos a nuestra disposición, un poco de imaginación y la determinación de actuar en el presente, podemos crear cosas maravillosas. Es un mensaje especialmente relevante para una ciudad como Bogotá, a la que a menudo le cuesta tanto sacar adelante proyectos e ideas esenciales para su desarrollo.

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Basuras, plaga de ratas y ventanas rotas en Bogotá

«Cuando miras una ciudad, es como leer los sueños, las aspiraciones y el orgullo de todos los que la construyeron.” – Hugh Newell Jacobsen

En las últimas semanas circuló en Twitter un impactante video que registra la presencia de una plaga de ratas en las cercanías del Parque de la 93. En las imágenes se pueden ver decenas de ratas congregándose alrededor de un montón de basura en una zona verde ubicada en la Calle 93b con Carrera 14. En el video, se observa cómo una señora que camina por la zona salta despavorida al percatarse de la presencia de los roedores.

Sobre el mismo tema, hace ya unos meses, leía un trino de la concejala y precandidata a la alcaldía Lucía Bastidas, donde denunciaba la presencia de varios puntos críticos de ratas en la ciudad. Aunque en ese momento no tenía en mente este problema en Bogotá, la verdad es que no extraña que esté ocurriendo, debido a la cantidad de focos de basura regada caóticamente en las calles. Ante la visible crisis de basuras que vive la ciudad, intuía que algo así era muy posible que estuviera sucediendo.

Cuando era niño, a veces aparecían pequeños ratones en mi casa, pero nunca había visto ratas paseándose abiertamente por la ciudad. La única vez que había experimentado algo similar fue cuando viví y estudié en Nueva York entre los años 2005 y 2007. Era bastante común verlas entre las carrileras del subterráneo y, ocasionalmente, en las calles, especialmente durante el verano.

Recientemente pensaba en lo afortunados que somos de que Bogotá no sea una ciudad caliente. ¿Se imagina toda esa basura esparcida por las calles, pudriéndose a plena vista de todos? El problema sería inmensamente mayor. 
Desde hace quizás unos dos o tres años, los bogotanos venimos registrando el aumento acelerado de este fenómeno de basuras regadas en las calles. Se pueden ver por todas partes, al lado de las canecas y los grandes contenedores. En cualquier punto donde se dejan bolsas, hay reguero. A veces, el viento las dispersa aún más. Atraen palomas, y ahora, por lo visto, también ratas. Este es un fenómeno reciente, que aparece y se ha venido agravando durante la actual administración.

¿Qué está sucediendo con las basuras en Bogotá? 

A juzgar por lo que estamos viendo en las calles, parece que todo el sistema de recolección de basuras está en crisis y colapsado. Sin embargo, este problema va mucho más allá del buen, regular o mal desempeño de los operadores encargados de la recolección.

Se trata de un desafío que involucra múltiples factores culturales y comportamientos de múltiples actores —recicladores, carreteros, habitantes de calle, otros ciudadanos, negocios, operadores, etc. —, lo que hará que su resolución sea una misión  verdaderamente difícil y compleja.

Este es un tema sensible para los ciudadanos porque tiene un impacto muy negativo en su experiencia de la ciudad. Afecta su percepción general de la misma y les da una sensación de descuido y abandono, como si a nadie le importara.

Ver la ciudad en este estado de suciedad lastima la autoestima de las personas y hace difícil que nos sintamos orgullosos de ella. Qué pena con nuestros niños, y qué vergüenza, por ejemplo, con los turistas que nos visitan. 

El estado actual de descomposición y deterioro del espacio público de la ciudad -a lo que contribuye notoriamente la crisis de las basuras-, sumado al clima de inseguridad que sienten los bogotanos, hace inevitable pensar en la pertinencia de los conceptos de la teoría de las ventanas rotas”.

La presencia de regueros y montañas de basura es percibida por algunos como una señal de que nadie se preocupa por mantener la ciudad limpia y ordenada, lo que a su vez les da una justificación para arrojar su propia basura en la calle.

Este fenómeno se retroalimenta gracias al poderoso efecto del contexto, que indica que el comportamiento es aceptable y que no hay consecuencias. Ante la falta de acciones efectivas y oportunas, por supuesto, el monstruo sigue creciendo. La espiral de deterioro y descomposición gana velocidad. 

“El comportamiento del organismo es inseparable del comportamiento de su entorno”Allan Watts

Además, existe una relación sensible entre el aspecto del espacio público de la ciudad y la percepción de inseguridad de sus ciudadanos. A medida que la calidad del espacio público se deteriora, aumenta la sensación de falta de gobierno y de inseguridad.

Según la última encuesta de Bogotá Cómo Vamos, solo el 26% de las personas se siente seguro en la ciudad y el 73% han sido víctimas de algún delito. Ante estas cifras, no sorprende que el 64,9% de los encuestados afirme que todo va por mal camino y que la satisfacción de Bogotá como ciudad para vivir haya disminuido del 51,9% en 2019 al 44,4% en 2022.

Por todo lo anterior, incluido el inminente problema de salud pública que anuncia la noticia de las ratas, es crucial que la crisis de las basuras se tome mucho más en serio por parte de todos y que se convierta en una prioridad en las agendas de problemas a resolver tanto de la ciudad como de los candidatos que buscan gobernarla. 

La ciudad está llena de problemas jodidos y la gestión de las basuras es uno de esos. Se trata de un reto sistémico que debe abordarse y atacarse desde múltiples ángulos, y que involucra a una gran diversidad de actores. 

Aunque es evidente que este problema desbordó a la actual administración, es crucial y urgente contenerlo y resolverlo. Las consecuencias de no hacerlo son demasiado graves.  

Tenemos que ser mucho mejores cuidando el presente de la ciudad. Y tenemos que aprender a atajar los problemas cuando aún son pequeños

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Bogota

Epidemia urbana: malparqueados en los andenes de Bogotá

Para quienes no conocen Bogotá, la Carrera Séptima viene siendo como la Quinta Avenida de Nueva York, la Avenida Paulista en São Paulo, los Campos Elisios de París  o la Primero de Mayo de Buenos Aires. 

Publiqué este trino el pasado 27 de febrero de 2023 al encontrarme, mientras caminaba, con la escena que ven en la foto. Increíblemente, esto está pasando en plena Carrera Séptima en horas pico de la tarde, aproximadamente entre 4:00pm. y 7:00pm. Clientes de las tiendas D1 a la altura de la calle 51, frescos de la vida, están usando los estrechos andenes del corredor de la Séptima para parquear sus carros. Incluso, hay un señor que los cuida. 

Ahora dimensionemos las implicaciones de esta usurpación del andén para las diferentes personas que se mueven por ahí.

Exponiendo su vida, quienes van caminando deben bajarse a la calzada del carril bus para pasar de un lado a otro. Si va en silla de ruedas o lleva a su bebé en coche, lo mejor puede ser no intentarlo.

Por su parte, los buses, con sus cientos de pasajeros que transitan por el carril exclusivo ven interrumpidos su carril y bloqueado su acceso al siguiente paradero por cuenta de la fila de carros con luces estacionarias que esperan a que se libere un cupo en el andén. Por supuesto, los buses deben moverse al carril del centro. Automáticamente, los tres carriles de la Séptima se vuelven dos. El trancón, que ya es infernal, cobra nuevas dimensiones. Más humo, más pito y más ira. En nada, entre los señores de las Tiendas D1, sus clientes motorizados y la pasividad de las autoridades, se ha creado una absoluta tragedia urbana.

Basta dar una breve vuelta de unas pocas cuadras, para ver cómo la  escena ha empezado a repetirse en otros puntos de la avenida. Nadie dice nada. Nadie actúa.

Para hacer posible este pecado urbano, predios y comercios han venido quitando bolardos y bordillos de andenes a la fuerza. Dentro de poco, los andenes del corredor -ya de por sí bastante deteriorados y discontinuos- se habrán convertido en un extenso parqueadero lineal y gratuito de carros y motos. Muy similar a lo que veíamos en la Carrera 15 hasta finales de los años noventa y que era tan usual en la Bogotá de ese entonces.

Fuente: @historia_bogota

“Los únicos que se van a beneficiar de esto (los nuevos andenes) son los gamines y mendigos, que ahora tendrán aceras más amplias para dormir, es el comentario común de los habitantes de la zona.” Editorial El Tiempo, Paseo de la 15, Dic 2, 1998

Fuente: @Mariano_OspinaP

  
Pues así de normalizado está hoy el fenómeno de los malparqueados sobre andenes en Bogotá.

Y es que estamos hablando de la Carrera Séptima, posiblemente el corredor vial más mediático y políticamente competido de la ciudad, no de una calle secundaria y alejada

Estamos hablando de ese mismo corredor que cada cuatro años tiene a la ciudad inmersa en un nuevo round de movilizaciones políticas y ciudadanas por los diferentes proyectos que cada alcalde promueve –sin éxito– para intentar transformarlo y abordar sus problemas de movilidad.

El mismo para el cual se tiene en marcha un nuevo intento de propuesta bajo el nombre de Corredor Verde, planteado sobre los principios de favorecer la movilidad sostenible -peatones, ciclistas y transporte público- y la idea de crear sentido de lugar  -o espacio público de calidad para que las personas lleguen y se quieran quedar-. Es decir, busca favorecer todo lo que no sucede cuando los carros -y ahora también las motos- se parquean impunemente sobre los andenes de la ciudad.

Render Corredor Verde 7a

Explíquenme, entonces, ¿cómo es posible que la ciudad permita que esto pase en la Séptima? ¿Y hay algo más contradictorio con la propuesta de Corredor Verde que permitir que  los carros se devoren sus andenes? 

Me pareció importante llamar la atención sobre lo que está pasando en la Séptima, porque difícilmente encontraremos un mejor ejemplo que evidencie los niveles de aceptación y normalización que hemos alcanzado los bogotanos frente a la enfermedad de los “malparqueados” sobre andenes en la ciudad. Pero, además, porque ilustra a la perfección el contexto de permisividad casi total que le ha permitido al fenómeno propagarse a lo largo de los años —por supuesto, sumado a la pasividad de las autoridades para reaccionar a tiempo y hacer algo efectivo que, por lo menos, lo contenga. 

Calle por calle y andén por andén, estamos ante una epidemia urbana que de manera silenciosa pero firme seguirá enfermando y suprimiéndole vitalidad  a la ciudad, a menos que se enfrente con la visión estratégica, los recursos y la determinación política que el problema exige. Y algo que definitivamente también nos ha faltado es el sentido de urgencia y anticipación para contener, revertir y no dejar que reaparezca. 

Teniendo en cuenta el avance del fenómeno, es importante reconocer que nuestros recursos son limitados y que resulta imposible abarcar toda la ciudad. Por lo tanto, el éxito de cualquier estrategia, además de reconocer que tomará tiempo y recursos, debe partir por elegir muy bien los puntos y corredores para desplegar una combinación de esfuerzos de control, pedagógicos y de infraestructura. Y, en ese sentido, corredores como la Séptima, la Carrera 15 y algunas otras vías principales, por obvias razones, deberán ser prioridad. La amplitud del problema nos obliga a pensar como acupunturistas urbanos.

Si permitimos que el problema persista y se reproduzca en corredores de esta importancia, no solo estaremos admitiendo nuestra derrota frente a esta enfermedad urbana, sino que también estaremos retrasando aún más la promesa pendiente de esa ciudad sostenible y más humana.

Desde hace varios años, un grupo de ciudadanos conscientes del daño que esta epidemia le está causando a la ciudad hemos venido denunciado las innumerables situaciones que registramos en la ciudad en Twitter usando el hashtag #peatonalicemoslosandes.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, la falta de acciones efectivas y resultados visibles ha dejado a muchos frustrados e impotentes, lo que empieza a llevarnos hacia la apatía y, a largo plazo, a la preocupante posibilidad de acostumbrarnos a vivir así.

Este fenómeno de los “malparqueados” sobre andenes en Bogotá es un ejemplo perfecto, entre varios otros, de cómo dejamos crecer los problemas, permitimos que nos cojan ventaja y cobran dimensiones de epidemia. Después, la solución se torna mucho más compleja y costosa desde la dimensión que se le mire: en términos de tiempo, sociales, políticos y económicos. 

Otros problemas recientes que hemos visto reproducirse como epidemias en Bogotá, que nos siguen cogiendo ventaja y se devoran nuestra calidad de vida, son:

  • Colados Transmilenio
  • Ciclomotores
  • Accidentalidad de motos y descontrol de domiciliarios
  • Carreteros
  • El reguero de las basuras 
  • Deterioro y descomposición de la Séptima Peatonal
  • Desorden e invasión de espacios por ventas informales
  • Deterioro de infraestructura física (huecos, andenes, puentes peatonales, alcantarillas, otros)

Finalmente, si hay algo que está evidenciando la proliferación de este tipo de problemas es que necesitamos un enfoque de gestión de la ciudad y gobernanza de su espacio público mucho más proactivo y comprometido con cuidar la experiencia cotidiana de los ciudadanos. Somos muy buenos proponiendo y peleando por proyectos y escenarios futuros, pero bastante descuidados, atendiendo y mejorando el presente de la ciudad. 

Un elemento absolutamente determinante para que el futuro Corredor Verde -si se realiza- tenga éxito tendrá que ver con la buena gestión de todo ese espacio público nuevo que se propone crear. Por lo tanto, el corredor necesitará sí o sí de una gerencia (algún arreglo institucional) que vele y responda de manera rigurosa por las múltiples dimensiones de su cuidado y sostenibilidad. Que responda por su presente. 

Nota final, elecciones 2023

Entrando en época electoral, necesitamos que algún candidato tenga la audacia de comprometerse con la visionaria propuesta que en el 2014 lanzó Actualidad Panamericana con el titular: “Primicia AP: se viene plan para peatonalizar los andenes de Bogotá”: 

“En la que desde ya es considerada una iniciativa más ambiciosa que el mismo Metro de Bogotá en asuntos de movilidad, la alcaldía mayor está a punto de lanzar un audaz programa para nada menos que peatonalizar los andenes de la ciudad. Se trata de una apuesta arriesgada, pues implica un cambio cultural profundo». 

¿Qué dicen los candidatos sobre el problema de los malparqueados en andenes? ¿cómo lo solucionarían? ¿Están interesados en hacerlo? ¿Se comprometen a peatonalizar los andenes durante su alcaldía? Me voy a encargar de que todos los candidatos respondan estas preguntas.

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El misterio de los huevos fritos que aparecieron en las calles de Bogotá

La semana pasada los bogotanos nos encontramos con estos huevos fritos gigantes en diferentes espacios de la ciudad. 

Debo confesar, que de todas las campañas publicitarias que he visto últimamente en el espacio público de la ciudad, esta es la única que celebro. Es inteligente, creativa y tiene sentido del humor. Hay que ver la sorpresa de las personas al encontrárselos. Al verlos a lo lejos, despiertan mucho interés, y al acercarnos, invitan a interactuar, son juguetones, y además sirven para sentarse. La gente llega, se detiene, los observa con mucha curiosidad y los comenta con risa. Muchos aprovechan para tomarse fotos sentados, jugando o parados sobre ellos. Ahí estoy yo. 

Realmente fascinante todo lo que puede llegar a detonar la instalación de un huevo frito en un andén, una plaza o una calle peatonal.

Al espacio público le vienen bien elementos y actividades que nos inviten deliberadamente a las personas a permanecer, interactuar y jugar; que nos ayuden a construir confianza afuera en la ciudad y a crear sentido de lugar. Necesitamos espacios públicos activos, que nos inviten, que tengan la intención de acogernos y deleitarnos.

En términos de alcance publicitario, la acción ha sido un éxito. Despertó un voz a voz tremendo en las redes y la mayoría de los comentarios son positivos; “Es la primera vez que oigo de esa marca de huevos.” “Yo quiero verlos, ¿Dónde están?” “Qué idea tan original, felicitaciones”.  

Algo muy importante es que lo que predomina de la instalación es el huevo y no un logo enorme que contamina visualmente. En ese sentido, la acción también desnuda la mediocridad creativa de tanta marca que está pautando en el espacio público de la ciudad con esquemas invasivos, feos, que interrumpen pasos peatonales y bloquean vistas agradables, cargados de logos, sin ninguna audacia y muy poco reflexivos sobre el aporte o la afectación que le puedan significar a la experiencia de las personas en la ciudad.

La aparición de estos huevos fritos urbanos abre un debate muy interesante sobre el uso del espacio público y lo que debe ser la experiencia de vivirlo y disfrutarlo. Por un lado, estoy seguro que han puesto a pensar a las marcas sobre maneras más audaces y positivas de aprovechar la ciudad para posicionarse, pero por el otro, nos invitan a pensar sobre acciones e iniciativas que le inyecten juego y alegría a la ciudad, que nos ayuden a construir confianza y a volver sin miedo a su espacio público, invitándonos a quedarnos.

Como dice Jan Gehl, “Una buena ciudad es como una buena fiesta, uno se queda mucho más tiempo del planeado.”

En línea con los conceptos y las intenciones que hay detrás de estos grandes huevos, podrían diseñarse iniciativas maravillosas para el espacio público de la ciudad, incluso en alianza entre empresas privadas y gobierno distrital.

Para terminar, me gustaría compartirles tres iniciativas que comparten el propósito de querer impactar positivamente a través del juego, el diseño y el ingenio de los mismos ciudadanos el espacio publico de las ciudades.

Fun Theory (Teoría de la Diversión) de Volkswagen: Campaña que plantea un concurso para involucrar el ingenio de los ciudadanos en la búsqueda de soluciones divertidas para mejorar hábitos en el ámbito urbano utilizando la premisa de: hacerlo divertido para hacerlo efectivo. Usar la diversión y el diseño para cambiar comportamientos.

«¿Podemos lograr que más personas voten la basura en las canecas haciéndolo divertido?»

Festival de Prototipos de Market Street en San Francisco, USA: En el marco de un gran proyecto de renovación del corredor principal de la ciudad y como estrategia para conectar a los ciudadanos con el proceso, la ciudad se inventa un proyecto que invita a ciudadanos (colectivos, grupos comunitarios) y sector privado (firmas de diseño, arquitectura, artistas) a diseñar dispositivos/prototipos que induzcan tres comportamientos en el espacio público: interacción, juego y permanencia. Aprovechar la capacidad creativa de los ciudadanos y hacerlos protagonistas de los procesos de diseño y construcción de la ciudad. Los mejores prototipos pasarían de ser temporales a permanentes.

Foto: Neil Hrushowy
Foto: Neil Hrushowy
2015 Market Street Prototyping Festival – Groundplay
https://groundplaysf.org/projects/2015-market-street-prototyping-festival/

Ads with a purpose (Publicidad con propósito) de IBM Smart Cities: A través de esta publicidad experiencial y con propósito IBM se posicionó como una empresa comprometida con la calidad de vida de las personas, planteándole a su audiencia una conversación propositiva sobre ideas para la ciudad.

“If cities were smarter, then life in cities would be better. Let’s build a better planet.”

“Si las ciudades fueran más inteligentes, la vida en ellas sería mejor. Construyamos un mejor planeta.”

Video: Publicidad Inteligente para Ciudades Inteligentes,© Smart Ideas for Smarter Cities / IBM
archdaily
IBM creates ads with a purpose to promote 'Smarter Cities' - The Verge
https://www.theverge.com

***La campaña es una acción de la empresa Huevos Santa Reyes que está celebrando sus 50 años de vida.

Entre los comentarios que aparecen en las redes sociales algunos señalaron como lunar de la campaña que es la copia exacta de una instalación de un artista reconocido (Henk Hofstra), al cual no se le da crédito. Reclamo que puede tener algo o mucho de razón, pero ese es otro debate que debe darse en el mundo de las industrias creativas y del mercadeo y la publicidad.

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Bogota

Sin andenes no hay paraíso (Ojo al Art. 132 del POT)

“Los andenes de la ciudad se consideran convencionalmente como un espacio solo para el tránsito de peatones y el acceso a los edificios, y no son reconocidos ni respetados como los órganos vitales e insustituibles que son para la seguridad de la ciudad, la vida pública y la crianza de los niños.» Jane Jacobs

En un artículo reciente afirmaba que uno de los principales aciertos de la propuesta del POT que se encuentra actualmente en discusión y trámite en el concejo de la ciudad tenía que ver con el hecho de asignarle al peatón un lugar protagónico en la visión de ciudad planteada, poniéndolo en el centro de la toma de decisiones en relación al diseño, el ordenamiento y la configuración de la ciudad.  Poner a los peatones en el centro es un concepto rector de la propuesta absolutamente determinante para realizar la promesa de esa mucho mejor ciudad que buscamos; más humana, solidaria y sostenible.  Más enfocada en cumplirle a las personas que a los carros.

Y, sin embargo, hay un artículo que involucra a los peatones y su espacio más representativo, los andenes, que merece mucha más atención y discusión de la que está recibiendo hasta el momento. Me refiero al artículo 132 de la propuesta, que está determinando, si es que no se ajusta, que serán los ciudadanos (propietarios de los inmuebles) quienes paguen y se encarguen de la ejecución de las obras de reparación y mantenimiento de los andenes.

Así tal cual:

Artículo 132. Adecuación y mantenimiento de andenes. Corresponderá a los propietarios o poseedores de inmuebles ubicados en el Distrito Capital ejecutar las obras de adecuación y mantenimiento necesarias para que la superficie de los andenes que se localizan frente a sus predios sean continuos, libre de obstáculos y de igual nivel, según lo determinen las especificaciones que establezca el distrito.

Si el particular no efectúa las obras requeridas o manifieste que no adelantará dichas intervenciones, la administración distrital podrá ejecutar directamente las obras de adecuación o mantenimiento, y adelantar el cobro a los propietarios o poseedores, de acuerdo con la reglamentación que expida la administración distrital.

De entrada, el artículo no cae muy bien, ¿Cómo así que los ciudadanos quedan como responsables de pagar y ejecutar obras de andenes? Pero, además, asaltan muchísimas otras preguntas: ¿Cómo poner de acuerdo a vecinos? ¿Qué pasa si alguno no quiere o no puede? ¿Quién contrata la obra? ¿Cómo se garantiza la calidad, tiempos y uniformidad de las obras? ¿Cómo sería esa reglamentación del mecanismo? ¿Qué nos hace pensar que la ciudad está preparada culturalmente para que funcione un mecanismo así? ¿Ante qué entidad se informa de la obra y quién es el encargado de supervisarla y cumplir con el control urbanístico? En fin, demasiadas preguntas que no pueden quedar en el aire.

Pero más allá de esta importante lista de detalles operativos, la pregunta de fondo que debemos tratar de responder tiene que ver con el sentido estratégico y la consistencia de lo que se está proponiendo en relación a esa gran apuesta por los peatones y esa ciudad caminable que está promulgando la propuesta. ¿Es un mecanismo descentralizado (atomizado) como el planteado la mejor alternativa para corresponder la apuesta? ¿De verdad creen que es posible realizar esa gran promesa de una ciudad caminable y para el peatón sin una apuesta igual de significativa en materia de andenes?

De entrada, la intuición me dice que no. Sencillamente, porque la magnitud de la tarea es demasiado grande e importante. Entonces, uno esperaría que la ciudad se dotara con un mecanismo mucho más robusto y contundente, y eso quiere decir algo centralizado donde la institucionalidad del distrito lidere y actué con sentido estratégico. Entonces, en línea con la temporalidad del POT, la ciudad debería trazarse un plan para el corto, mediano y largo plazo, reconociendo que la tarea de construir, reparar y mejorar su red peatonal tomará tiempo, pero además exigirá importantes recursos y una institucionalidad comprometida que lo respalde. Claro, si es que la apuesta es de verdad.

Por otro lado, lo bueno es que estamos a tiempo y es el momento de hacernos preguntas de fondo sobre algo tan importante pero tan ignorado, como los andenes de la ciudad. Algunas de esas preguntas son: ¿Cuál puede ser la manera más estratégica de abordar ese enorme déficit de andenes? ¿Cuál es el tamaño de la inversión que requiere ese plan de corto, mediano y largo plazo? ¿De dónde pueden salir los recursos? ¿Qué calles y corredores priorizar? ¿Cuáles pueden ser esos criterios de priorización? ¿Cuenta la ciudad con la institucionalidad necesaria para llevar a cabo la tarea?

Y, por supuesto, también es el momento de escarbar y hacer una revisión juiciosa de mecanismos y estrategias empleadas por otras ciudades del mundo.

Buscando, encontramos que las ciudades aplican diferentes fórmulas. En unas, igual que la propuesta que está haciendo el proyecto de POT, los ciudadanos son responsables. En otras, la responsabilidad es mixta o se comparte entre gobierno y ciudadanos. Y también existen los grandes planes que aseguran inversiones significativas y liderazgo institucional para hacer la tarea. Este es el caso por ejemplo de la ciudad de Los Ángeles que en 2016 lanzó el programa “Safe Sidewalks LA” con una inversión de 1.4 billones USD para ejecutar en un plan a 30 años. Detrás de la iniciativa, estaba la apuesta de su saliente alcalde Eric Garcetti por contrarrestar ese modelo carro-dependiente tan característico de la ciudad californiana.

Otro ejemplo de una apuesta grande por recuperar la red peatonal de una ciudad importante la encontramos en Madrid, España, que este 2021 inició un plan de mejoras por 84.6 millones de euros para cubrir un área de 493.000 metros cuadrados, 276 calles de los 21 distritos de la capital. Según una nota del diario ABC, “entre el Plan de Aceras y Accesibilidad 2021-2022 y el de 2020-2021, el Ayuntamiento habrá intervenido en 683 calles de la capital con una inversión de casi 140 millones de euros.”

Queda poco tiempo de discusión en el concejo antes de que voten el articulado. Por eso, el llamado es a que los concejales y los funcionarios que lideran el trámite del proyecto desde la administración distrital, se comprometan a buscar una fórmula alterna, mucho más ambiciosa y consistente con la promesa central que están haciendo por los peatones, que permita responder al enorme déficit de andenes que presenta la ciudad.

No basta con hacer del peatón un protagonista del discurso y de los conceptos. La ciudad caminable, cuidadora y sostenible que está proyectando esta propuesta de POT será posible de realizar, sí, y solo sí, se respalda por una apuesta a fondo por dotar a la ciudad de andenes accesibles y de calidad.

Detrás de este singular artículo, hay mucho más en juego de lo que se ha dicho o analizado.

Si reconociéramos cuánto de la vida y la calidad de la ciudad se juega en sus andenes.

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Peatones y espacio público en el POT

La propuesta de POT que actualmente se encuentra en estudio por parte del concejo de la ciudad para su aprobación presenta una apuesta muy interesante en términos de reivindicar a los peatones como el actor central de la ciudad y su espacio público como el lugar por excelencia para vivirla.

En términos generales, plantear el desarrollo y la organización de la ciudad y su territorio con un enfoque centrado en los peatones es, en mi opinión, uno de los principales aciertos de la propuesta. Hacerlo explícito y protagonista, mencionarlo recurrentemente a lo largo del documento y su articulado -aparece 254 veces-, es supremamente importante para el debate y las discusiones que debemos dar sobre el funcionamiento y desarrollo futuro de Bogotá.

En primer lugar, porque poner el énfasis en los peatones, nos invita a observar la ciudad y sus dinámicas con nuevos ojos, instándonos a pensar su diseño y funcionalidad, su infinidad de detalles, desde el respeto por la escala y dimensión humana. Bajo un enfoque que prioriza al peatón, las personas y su bienestar son lo más importante, primero y siempre, no la comodidad y las exigencias de los carros. Poner al peatón en el centro, nos ayuda entonces a ordenar prioridades para tomar mejores decisiones de todo tipo en relación al diseño, ordenamiento y gestión de la ciudad.

La materialización de esa ciudad caminable y que prioriza al peatón nos refiere a los siguientes conceptos, definiciones y proyectos que están presentes en la propuesta:

  1. Espacio público de calidad, crear sentido de lugar y espacios de encuentro y permanencia
  2. Dinámicas de proximidad, mezcla de usos del suelo y descentralización de servicios, ciudad de los 30 minutos,
  3. Multimodalidad, movilidad sostenible y segura, descarbonizar
  4. Fachadas y primeros pisos activos, ojos en la calle
  5. El mejoramiento del alumbrado público en calles y parques.
  6. Corredores Verdes (27, 231 kms)
  7. Calles Completas
  8. Barrios Vitales (18)
  9. Manzanas del Cuidado
  10. Ampliación de ciclo-infraestructura.
  11. Ciudad Cuidadora y Sistema Distrital de Cuidado – énfasis en los más vulnerables y excluidos (niños, adultos mayores, personas en condición de discapacidad, mujeres)

En este sentido, la priorización del peatón como principio rector conecta de manera consistente con otros conceptos muy positivos y definiciones importantes que están contenidos en la propuesta y que si se aplican y logramos aterrizar con hechos y desarrollos efectivos deberían resultar en una ciudad más sostenible, solidaria, segura y accesible para todos, y amable para vivir.

Es evidente que una buena ciudad para el peatón necesita sí o sí de una redistribución del espacio urbano que priorice a los modos sostenibles de moverse -peatón, bicicleta y transporte masivo- y eso conlleva la creación de nuevo y mejor espacio público para las personas, así como la reconfiguración y revitalización del existente. En ese sentido, la propuesta está proyectando la creación de una parte importante de ese nuevo espacio público mejorado a través de los Corredores Verdes (17 corredores, 231 kms), el concepto de Calles Completas, el proyecto de Barrios Vitales (18), las Manzanas del Cuidado y la ampliación de la ciclo-infraestructura (564 kms) que incluye la Ciclo Alameda Nuevo Milenio que atraviesa la ciudad de sur a norte.

Si bien es significativa esta apuesta por el espacio público, es imperativo llamar la atención sobre la responsabilidad que asume la ciudad en relación a su gestión y mantenimiento. Desafortunadamente, sobran los ejemplos de lugares importantes en la ciudad, algunos bastante nuevos y estratégicos como la 7a peatonal, pobremente gestionados, que, en vez de detonar dinámicas positivas de confianza, uso y aprovechamiento, terminan convertidos en lugares de miedo, deterioro y abandono.

No basta con crear nuevo espacio público, tenemos que garantizarle su sostenibilidad. Sobre este punto, quedan dudas sobre las estrategias, los instrumentos y las capacidades institucionales de la ciudad para corresponder la apuesta. En esta misma línea, hay un artículo polémico sobre la reparación y adecuación de andenes que asigna la responsabilidad de hacerlo y pagarlo sobre los propietarios de los inmuebles y que nos lleva a preguntarnos si la mejor fórmula para atender el gigantesco déficit de andenes, es un mecanismo descentralizado como  el planteado.

Finalmente, algo que podría ayudar a jalonar decisiones con sentido de urgencia y practicidad a favor de esta visión de ciudad centrada en las personas a través del referente del peatón, es incluir una meta de seguridad vial ambiciosa que establezca una alineación directa entre el POT y la estrategia de Visión Cero. ¿Al cabo de 12 años -que es la vigencia del POT-, cuál puede ser esa meta a la que le apunte Bogotá en línea con esa otra meta de largo plazo de llegar a 0 muertes de peatones y ciclistas? Al fin de cuentas, en el número de peatones y ciclistas muertos, podemos encontrar un indicador que reflejaría de manera muy sensible el éxito y la calidad de la ciudad que propone esta propuesta de POT.

Fuente: El Tiempo

En términos de conceptos, me parece que la propuesta está bien encaminada. Y, sin embargo, al final, el reto está en conectar esos conceptos y visión de largo plazo con mucha acción y gestión en el día a día, a fin de materializar los proyectos que la hagan realidad. En Bogotá hemos sido muy buenos para los conceptos y los discursos, y bastante menos buenos para su realización.

Comentario en artículo de La Silla Vacía: ¿Qué cambiará con el POT de Claudia López?

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2021: El año del peatón, que no ha sido

Los peatones siempre han tenido la membresía numérica de una mayoría y el estatus político de una minoría. Rebeca Tuhus-Dubrow

¿Qué ha cambiado o mejorado para el peatón durante este 2021 en Bogotá? Hablemos de cambios tangibles, concretos. De la experiencia de las personas en la calle, caminando la ciudad. No de ideas, no de planes y tampoco de proyectos futuros.

Bogotá empezó el año declarando el 2021 como el año del peatón. Fuimos muchos los que nos alegramos con el anuncio. Por fin se va a hacer algo importante, pensamos. Ya el 2020 había sido el año de la bicicleta, lo cual se honró con la construcción de decenas de nuevos bici-carriles como los de la carrera séptima y la calle 13.

Sin duda, Bogotá capitalizaba muy bien las oportunidades que brindaba la coyuntura del covid, así como la experiencia y la capacidad ganada que dejaban años de trabajo por la bicicleta. Y a la declaratoria del año del peatón se sumaba la presentación de una propuesta de Plan de Ordenamiento Territorial (POT) -llena de buenos conceptos como el de calles completas- que nos notificaba la llegada de “la ciudad del peatón y la bicicleta después del “reinado del automotor”.

Como era de esperarse, los medios le cogieron la caña. El Tiempo le dedicó dos páginas completas de su edición del domingo, hubo varias entrevistas para el secretario de Movilidad por esos días y hasta fue tema de conversación entre la alcaldesa y Los Danieles.

Corrían los últimos días de abril.

Creo que nunca habíamos visto al peatón mojar tanta prensa. Las felicitaciones y los aplausos llegaban por todos lados. Pero pasaron los meses y el anuncio se quedó en anuncio. Salvo unos pocos operativos escuetos e irregulares para controlar mal parqueados y unas piezas en redes sociales, la verdad es que, en su año, el peatón no ha recibido mayor cosa. Al año le restan menos de cinco meses.

¿Será que no dimensionaron la complejidad y el tamaño del reto? ¿Habrán pensado que dar resultados sería tan expedito como lo fue con la bicicleta? Es lo más posible, pero son retos bien diferentes. Empezando porque a diferencia de la bicicleta, que ha venido ganando espacio con los años en el debate público de la ciudad y sus políticas públicas, impulsada por un fuerte movimiento ciudadano representado en decenas de colectivos y una gran afición por el ciclismo deportivo, mejor infraestructura, institucionalidad -Bogotá tiene gerencia de la bicicleta- estrategias para su promoción y, en general, mejores condiciones, la causa del peatón ha brillado en el tiempo por su soledad. Mientras que la causa de la bici es sexi, la del peatón padece de un muy serio problema de representatividad. Mientras que la bici ya cuenta con un proceso y una historia importante, lo del peatón apenas se asoma y sigue estando muy crudo.

¿Qué lecciones podemos llevarnos de todo esto?

La más importante, tal vez, es que anuncios de este tipo, sin un plan claro y acciones contundentes y sostenidas que lo respalden, terminan siendo un arma de doble filo. Porque el discurso de la sostenibilidad urbana se desgasta. Los problemas siguen sin solucionarse. Los ciudadanos nos frustramos, o lo que es peor, la impotencia nos vuelve apáticos. La credibilidad del gobierno sufre irremediablemente. Y lo más desafortunado, una causa tan trascendental para la ciudad y la calidad de vida de todos, sigue sin arrancar.

Entonces, quizás, creo que lo mejor habría sido ponerse a trabajar de manera silenciosa pero constante en el problema. Entenderlo mejor. Y empezar es muy importante, porque además, este es un reto que ofrece muchas oportunidades de accionarse y posibilidades de victorias tempranas: pintar las cebras, controlar la velocidad en las vías, peatonalizar una calle, sacar los carros de los andenes, iluminar un sendero, ajustar tiempos de semáforos peatonales, embellecer y activar una plaza, reforzar la protección de una intersección peligrosa, un colegio o un parque, aprovechar los cursos pedagógicos para educar conductores sobre la fragilidad del peatón, castigar motociclistas que transitan sobre andenes, entre otros.

Y, sin embargo, esto necesita un enfoque de diseño y gestión de la ciudad que, de manera permanente y casi obsesiva, busque, implemente y articule todas esas oportunidades para mejorar y dignificar la experiencia de quienes caminan. Al final de cuentas, este es un reto –mejorar las condiciones de los peatones en Bogotá- que necesitará menos de mega proyectos o grandes anuncios y más de esfuerzos sostenidos e incrementales en el tiempo -respaldados por una convicción muy fuerte en el valor que esta causa tiene para la ciudad– para ir sumando y creando esas mejores condiciones, visibles y palpables, que realmente los priorice.

Jordi Hereu, exalcalde de Barcelona que vino a Bogotá a hablar por el año 2014 tuvo como slogan de su gobierno: “Mirar a lo lejos, trabajar desde cerca.” Por su parte, Janette Sadik Khan, excomisionada de Transporte de Nueva York (2007-2013) -quien lideró un proceso vertiginoso de cambio en esa ciudad a favor de los peatones y las bicicletas, incluyendo la peatonalización de Broadway, la creación de decenas de plazas públicas, la introducción de cientos de kilómetros de ciclorrutas y la ciclovía neoyorquina- dice lo siguiente: “mejorar las calles no tiene que costar mucho dinero ni mucho tiempo. Con un objetivo claro, imaginación, liderazgo y valentía política puedes hacer que pase.” Pues necesitamos mucho más de esto en Bogotá; conectar visiones de largo plazo y discursos inspiradores sobre la ciudad que es posible con mucha acción y gestión en el día a día. Proponernos que las cosas pasen.

Hoy, 17 de agosto, fecha en que se celebra el Día Internacional del Peatón, habría sido maravilloso poder hablar del esfuerzo y los avances para encaminar la causa. Seguramente no habría sido posible hablar de muchos logros por el corto tiempo, pero sí por lo menos de algunos bien concretos. Me habría gustado señalar mejoras, evidenciar una que otra victoria temprana. Y, sin embargo, me temo que lo hecho hasta hoy, perceptible a la experiencia de quienes caminamos la ciudad, sencillamente no alcanzó.

Si algo, creo que estos meses desde el anuncio han servido para que la administración reconozca que la apuesta necesita más consistencia entre discurso y acciones en el corto plazo, que un año es poco y que el trabajo sigue estando todo por hacerse.

Para terminar, me parece importante apuntar que la causa del peatón no tiene fecha de vencimiento. No termina el 31 de diciembre de 2021 ni tampoco con el período de una administración. La causa del peatón tiene que ser siempre y de todos los días.

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Miles de vidas perdidas: el costo del machismo en las calles

“¿Qué es lo que exige ser un hombre, un hombre de verdad? Reprimir sus emociones. Acallar su sensibilidad. Avergonzarse de su delicadeza, de su vulnerabilidad. Abandonar la infancia brutal y definitivamente: los hombre niños no están de moda. Estar angustiado por el tamaño de su polla…. No saber pedir ayuda. Tener que ser valiente, incluso si no se tienen ganas. Valorar la fuerza sea cual sea su catácter. Mostrar la agresividad.” Virgine Despentes

La muerte de Julián Esteban pudo haber sido la tragedia de cualquiera de nosotros. Se fue un hijo, un hermano, un nieto, un sobrino, un amigo. Esta es una causa que nos involucra a todos y que necesita de todos. Entre enero y diciembre de 2019 murieron en el país 6,333 personas en siniestros viales. En 2020, un año atípico, de muy baja actividad vehicular por la pandemia y los confinamientos, murieron 5,458, tan solo 18% menos que el año previo. Y en lo que llevamos del 2021 no escampa. Mientras que a nivel nacional hay un aumento en muertes del 44% durante el primer semestre del año frente al mismo período del 2020 (peatones +50%, ciclistas +23%, motos +62%) en Bogotá es del 38 % (peatones +42%, ciclistas +36%, motociclistas +44). Para que nos demos una idea, en lo que llevamos de pandemia, entre 2020-2021, han muerto en Colombia más personas menores de 30 años en siniestros viales que por COVID19. Aquí nadie está exento de que la tragedia lo agarre.

Detrás de cada muerte en las vías hay responsabilidades puntuales, pero también una enorme responsabilidad que compartimos como sociedad. Las muertes en el tráfico NO son accidentales. Hay condiciones del entorno, así cómo situaciones y comportamientos que las causan. Al frente tenemos un problema de política pública que en primer lugar requiere de un fuerte cambio de mentalidad por parte de la sociedad y por quienes tienen la responsabilidad de diseñarla y ejecutarla. Todas son muertes prevenibles.  La pregunta es ¿Qué vamos a hacer para cambiar esto? ¿Qué necesitamos hacer para pacificar nuestras calles y carreteras? ¿Cómo le hacemos frente a esta cultura de machos que nos está matando? ¿Cómo vamos a reaccionar frente a la muerte de Julián Esteban?

Pues les quiero contar que hay cosas pasando. Que hay voluntades que quieren ayudar.

El pasado 16 de julio, un grupo de expertos se reunió bajo una dinámica de Hackatón -organizado por La Silla Vacía y Bancolombia- precisamente con el objetivo de encontrar soluciones que nos ayuden a enfrentar esta cultura machista, carro-céntrica y violenta que manda en las vías. Participamos 17 personas, de las cuales 11 fueron mujeres y 6 hombres.

El rompehielo de la jornada consistió en compartir una experiencia personal como víctimas o victimarios de machismo en las calles.  Alguna chica habló de la vez que caminando por la calle fue acosada sexualmente con lenguaje vulgar por un grupo de hombres.  Otra mencionó como algunos hombres no resisten que una mujer los sobrepase en la bicicleta porque de inmediato emprenden una carrera. Se mencionaron casos de viajes en carretera y en la ciudad a velocidades asesinas y el frecuente matoneo al que son sometidos ciclistas por conductores de carro. Y me acuerdo también, del caso de una participante que confesó sorprenderse a ella misma usando frases como “vieja bruta” o “vieja tenía que ser”.

Desafortunadamente nos sobran historias de estas.  Aquí todos hemos sido testigos directos, víctimas, y aunque nos cueste reconocerlo, también victimarios o culpables de actitudes, comportamientos y el uso de lenguaje machista en las calles de la ciudad -así sea de manera inconsciente-.  Creo que podemos decir que los hombres son los principales protagonistas de muchos incidentes, que son mucho más propensos que las mujeres al riesgo y a adoptar actitudes agresivas –hay estudios que así lo demuestran-, pero tampoco podemos desconocer que las mujeres también participan. Simplemente, porque están inmersas en la misma cultura machista y carro-céntrica que nos gobierna a todos. Entonces, vemos que además de la diferencia de género, el rol desde el cual participamos como usuarios de la vía y la ciudad es otro determinante clave de nuestras actitudes y comportamientos cotidianos. Sucede que cuando nos ponemos al frente del timón de un carro o una moto, somos matones, caprichosos, afanados y agresivos, pero a penas nos bajamos y asumimos el rol de peatones, automáticamente nos volvemos temerosos, sumisos, pasamos a la defensiva.

Siempre me ha llamado la atención la cara de incredulidad y gratitud de los peatones en Bogotá -sin importar si es hombre, mujer, joven o mayor- cuando un carro, como es deber, les da paso. Y de la misma manera, su falta de asombro, cuando ven carros invadiendo los espacios que naturalmente les pertenecen. Lo que hace la costumbre. 

Mientras escribo esto, ocurre la tragedia del niño Julián Esteban Gómez de 13 años, que, mientras entrenaba ciclismo de ruta junto a su abuelo en la vía Cajicá-Zipaquirá -su gran ídolo era Egan Bernal-, fue arrollado por un conductor de tractomula (48-52 toneladas) que, según cuenta su tío, les pitó y les arrimó el vehículo, hasta que nervioso, “Julián pierde el equilibrio y cae entre las ruedas”. Es difícil que encontremos un ejemplo más triste y contundente de todo lo que puede salir mal bajo esta cultura matona, egocéntrica y que vive de afán, dónde la solidaridad y la generosidad con el otro es lo realmente excepcional. Y donde la falta de empatía, o esa incapacidad de ver nuestra propia fragilidad reflejada en el otro, así sea un niño, está en el centro del problema.

Frente a esto, hay que decir que la consolidación de una ciudad que ha sido pensada, diseñada y gestionada para el carro mucho más que para las personas, es un factor que sin duda contribuye a exacerbar el fenómeno. El diseño de las calles, sus andenes y la ciudad en general tiene un efecto muy importante en el comportamiento de las personas, así como reforzando la creencia de la superioridad del carro en la sociedad. Por ejemplo, calles excesivamente anchas inducen al conductor a acelerar, mientras que calles más angostas a ir más despacio. O está el caso de los puentes peatonales, que son más anti-peatonales que cualquier cosa, pues lo que logran es dificultarle y extenderle el trayecto al peatón a cambio de velocidad y prelación para los carros. También tenemos los radios de giro que prácticamente invitan a tirarle el carro a los peatones en los cruces de esquina, y, por ejemplo, semáforos peatonales que duran varios minutos para los vehículos y escasos segundos para quienes van a pie. Ni hablar de la calidad y estrechez de los andenes o sencillamente su completa ausencia. Y así, vemos como van sumando elementos del diseño de las calles y la infraestructura urbana que nos van dejando un escenario que, al priorizar al carro, al fuerte, al veloz, al contaminante, al que más capacidad de hacer daño tiene, pues deja también un contexto que maltrata y amenaza sistemáticamente a peatones, ciclistas y otros actores vulnerables como niños, adultos mayores y personas en condición de discapacidad. Por su parte, las mujeres también han visto sus necesidades relegarse por este lente predominantemente masculino que diseña y construye la ciudad.

Y por supuesto que no es solo la infraestructura. Las señales que van creando este imaginario de “superioridad” del carro y las manifestaciones del machismo en las vías también nos llegan por el lado cultural y los comportamientos cotidianos de las personas en las calles. Carros estacionados sobre andenes y otros espacios peatonales, bloqueando rampas de acceso y ciclorrutas. Concesionarios exhibiendo sus carros en el andén y la publicidad de carros y motos que nos meten hasta por las narices. El abuso de la “gente importante y bien” andando a sus anchas en sus camionetas blindadas, a toda velocidad, volándose semáforos en rojo y parqueando a placer. Domiciliarios andando desbocados por las calles sin dios ni ley; impulsados por modelos de empresas que premian la velocidad en la entrega. La costumbre de tirarle el carro, la moto, el bus y hasta la bicicleta a quienes caminan. El acoso sexual y el “piropeo” en el transporte público y en la calle a las mujeres que caminan. Escenas frecuentes de conductores que se insultan y se van a los golpes, a veces con crucetas y otras armas improvisadas. Y, por ejemplo, la Guerra del Centavo que, pasan los años, y seguimos sin ser capaces de desmontar por completo.

Al final, esta combinación de comportamientos, creencias y detalles de nuestra infraestructura que se refuerzan mutuamente, termina por convertir las calles de nuestras ciudades y las carreteras del país en infames escenarios de intolerancia, violencia y muerte.

Fueron dos, casi tres horas de reflexión y trabajo, que nos alcanzaron para perfilar lo que podrían ser unas buenas campañas masivas de comunicación para abordar cuatro grandes retos del problema: 1) Des-escalar el lenguaje en los conflictos que se presentan en las calles/vías 2) Rescatar y valorar los comportamientos más precavidos y responsables que demuestran las mujeres al manejar. Derrumbar la falsa idea de que los hombres son unos duros para conducir. 3) Intentar cambiar valores que los hombres asocian con su masculinidad al conducir como la velocidad y la agresividad. 4) Intentar introducir un nuevo hábito entre los conductores en las calles que refleje valores como empatía, respeto por la vida, generosidad, paciencia, cortesía. Avanzamos bastante, pero lo cierto es que faltó tiempo para llevar las propuestas al punto que todos habríamos querido.

Entonces, la invitación que le quiero hacer a La Silla Vacía y a Bancolombia es a que aprovechemos el impulso, dándole continuidad al ejercicio hasta llegar a una muy buena propuesta que podamos accionar. Este es un tema demasiado importante, pero también ignorado y aplazado, que nos cuesta miles de vidas, y que necesita de una coalición amplia de actores y liderazgos -desde gobierno nacional, gobiernos locales, sector privado, sociedad civil, academia y medios de comunicación- que ayuden a darle a la seguridad vial un lugar mucho más importante en la agenda política del país y nuestras ciudades. Estoy convencido que este esfuerzo que ya inició, y que ya cuenta con 2 espacios previos de reflexión e ideación, así como con una alineación importante de actores y voluntades, puede ser el comienzo de algo muy valioso tanto para Bogotá como para el resto del país. Necesitamos de iniciativas como esta, que, llevadas a la acción, nos ayuden a pasar de la indignación a las soluciones.

Finalmente, tenemos que tener muy claro que una campaña solitaria y aislada de poco servirá. El reto de pacificar las calles de nuestras ciudades y las vías del país requiere de un esfuerzo mucho más amplio y sostenido en el tiempo, que además de unas muy buenas campañas que eduquen y sensibilicen, involucra también un trabajo a fondo de mejora de la infraestructura y el diseño urbano, así como del control y el ejercicio de la autoridad en las vías, que deberá trascender gobiernos. Sobra decir que esto necesita sí o sí, de un decidido liderazgo institucional y político, que apenas medio se empieza a asomar.

Así que tenemos la obligación de hacer más, mucho más. Y hay que empezar ya. El único homenaje que les sirve a Julián Esteban y a las miles de víctimas que han muerto en nuestras vías es pasar de las condolencias y las promesas, a un compromiso firme y decidido, materializado en hechos reales, de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que su tragedia no se vuelva a repetir.

Una vida perdida, es una vida perdida.

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Arte Urbano miBLOGotá Bogota

Necesitamos más arte en las calles

“Poca gente va a exposiciones de arte. El poder del arte urbano es que llega a la vida diaria de las personas para ser visto «. iNO

Calle 59 y Carrera 7a

Este mural es nuevo. Tendrá quizás dos o tres semanas. Nació en medio de la actual coyuntura de crisis y protestas. Un día pasaba por ahí (Cll 59 y Cr 7ª) a plena luz del día y vi al par de jóvenes artistas trabajándole. Les faltaba muy poco para terminarlo. Me gustó. Me parece que reconforta. Siento que contiene un mensaje positivo, alusivo a Colombia, a la riqueza de su tierra y la fuerza de su gente. En medio de tanta violencia, zozobra y confrontación, me da la sensación de que expresa una mirada esperanzadora; el mural y la acción de llevarlo a cabo.

Porque es una acción política y ciudadana que construye. Porque detrás hay un esfuerzo que le aporta a la esquina, al barrio y a su comunidad; que le aporta a la ciudad. Porque contrasta fuertemente con el vandalismo y la destrucción sistemática de lo público en medio de la actual coyuntura. Porque necesitamos acciones creativas y propositivas que nos ayuden a salir de este espiral de autodestrucción y violencia. Y porque necesitamos acciones que contribuyan a mejorar lo que es de todos y a un cambio urgente de discurso y narrativas.

Foto: @alejocalder0n – Pintada en rotonda de Cll 19. Cr 3.

Por estos días, hemos visto como el arte callejero, desplegado por jóvenes talentosos, viene siendo un claro protagonista de la actual coyuntura de crisis como herramienta colectiva de expresión, comunicación, denuncia y protesta. A través del arte urbano, plasmado en calles y muros, los jóvenes han encontrado una manera inspiradora de hacer sentir su voz y sus posiciones críticas, pero también, de detonar procesos ciudadanos de trabajo y acción colectiva.

El arte urbano ofrece muchas posibilidades para desarrollar procesos sociales con variedad de énfasis:

  • Dinámicas innovadoras de participación ciudadana. Trabajo con jóvenes, niños y comunidades.
  • Catalizador de diálogos sociales y plataforma/herramienta de expresión.
  • Recuperación y gestión de espacio público. Mejoramiento de barrios y corredores.
  • Democratización de la cultura y el arte.
  • Cultura ciudadana de respeto por lo público.
  • Relación ciudadanía/jóvenes y policía. Relación gobierno-ciudadanía.
  • Relación artistas urbanos y comercios para la reactivación económica.
  • Empoderamiento de comunidades y ciudadanos.

La pregunta es, ¿Qué rol estratégico vamos a darle? ¿Dónde queremos poner el énfasis? ¿Será que somos capaces de potenciar esta herramienta para que le sirva a la actual coyuntura de crisis de pandemia y estallido social?

Una idea concreta y accionable para responder a estas preguntas….

Durante la pasada administración se dieron importantes avances en materia de política pública para la práctica responsable del arte urbano como el proyecto Distrito Grafiti, ubicado en la zona industrial de Puente Aranda. Sin duda, un proyecto emblemático, con obras de enormes formatos y un nivel altísimo en la calidad de sus obras, logrado con participación de artistas locales e internacionales. Y, sin embargo, conocido y apreciado por muy pocos.

Foto: El Tiempo – Distrito Grafiti en Puente Aranda
Fotos: culturarecreacionydeporte.gov.co – Distrito Grafiti en Puente Aranda

Desafortunadamente, al encontrarse en una zona industrial, sin más actividad comercial y humana, no hay nada diferente al proyecto que invite a llegar hasta allá. Por lo tanto, su visita termina reducida a un plan puramente turístico, restándole impacto y valor al proyecto. Al fin de cuentas, son proyectos que implican esfuerzos demasiado grandes, de presupuestos importantes, con unos resultados artísticos impresionantes y procesos sociales de fondo valiosos, como para que sean tan ajenos y distantes a la cotidianidad de la ciudad y su gente.

Entonces, me imagino el impacto de un festival de arte urbano como Distrito Grafiti, pero en lugares o corredores de mucha afluencia de personas y actividad comercial. Por ejemplo, la Séptima Peatonal o el corredor de la Carrera 13. Que ocurran a plena luz del día, pero también de noche. Sin nada que esconder y todo para mostrar. Un proceso que le permita a los ciudadanos ver de primera mano cómo el trabajo de estos jóvenes artistas transforma dramáticamente el paisaje urbano y sus dinámicas; embelleciéndolo, haciéndolo más estimulante y acogedor. Pero, además, invitándonos a pensar y a reflexionar sobre diferentes aspectos de nuestra compleja realidad social y política.

Me imagino en el proceso de llegar al día del festival un acercamiento entre los jóvenes artistas y los comerciantes de los corredores. Y porqué no, también, entre jóvenes y policías -esta es una relación que está demasiado rota-. Habría talleres de grafiti para el público de todas las edades y obras para cocrear con los ciudadanos. Habría música en vivo y programación cultural. Me imagino un esquema de calles abiertas como la Ciclovía, para que peatones, bicicletas, familias, niños y mascotas disfruten al máximo. Las diferentes marcas de pintura serían socias y patrocinadoras del proceso. Y veo, por ejemplo, un rol de socio también muy importante de marcas reconocidas y almacenes con presencia en el corredor. Al fin y al cabo, es una apuesta por la sostenibilidad del espacio, lo cual tiene que estar en el interés de sus actores y economía. En el fondo del proceso, tendríamos un gran ejercicio de cultura ciudadana, cívica y empresarial, al aire libre y en el espacio público, con el gran objetivo común de construir confianza, tender puentes y reactivar la vida.

Un festival así podría realizarse todos los años durante la última semana del mes de agosto cuando se celebra el Día del Arte Urbano (31 de agosto) en conmemoración a la muerte del joven grafitero Diego Felipe Becerra.

Es urgente que creemos esos espacios y plataformas que nos permitan expresar diversas miradas y auto-cuestionarnos profundamente como sociedad, mientras creamos y mejoramos colectivamente lo que es de todos, dándole voz y protagonismo a los jóvenes.

El arte urbano puede ayudarnos a detonar procesos, diálogos y encuentros para aprender a reconocernos y compartir en paz.

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Bogota Movilidad Seguridad Vial - Visión 0

Caminar para unirnos, sanar y vivir mejor

¨Cuando haces las calles más seguras para todos, no solo estás cambiando la calle, estás cambiando el mundo. ¨ Janette Sadik-Khan

Parque 93 – Pintada de Cebras por la Vida, 2014

Es urgente que los colombianos identifiquemos y nos movamos alrededor de causas comunes que nos ayuden a acercarnos en la cotidianidad. Que nos ayuden a entendernos como parte de algo más grande que compartimos. Necesitamos ejercicios cotidianos de empatía, solidaridad y de respeto por la vida, de ver nuestra fragilidad reflejada en el otro. Necesitamos ejercicios que nos ayuden a sanar en el día a día. 

En ese sentido, es difícil encontrar una causa más incluyente y cotidiana que la del peatón. Al fin al cabo, todos nos enfrentamos en algún momento a la ciudad como peatones. Y si no somos nosotros directamente, será algún familiar, que puede ser un hijo, un padre o una madre, o quizás algún amigo. La causa del peatón es de todos: el 100 por ciento de los viajes en la ciudad empiezan y terminan a pie.

Por eso es tan estratégica y necesaria.

Priorizar el peatón es priorizar la vida sobre la velocidad. Es poner a las personas por encima de los caprichos y la comodidad del automóvil. Una ciudad caminable es —en primer lugar— una ciudad segura que nos protege a todos, pero especialmente a los niños, a los adultos mayores y a las personas con alguna limitación física. En Bogotá el 84,5 % de los niños entre 3 y 5 años caminan a sus jardines y también lo hace el 77 % de los niños entre los 6 y 17 años. Sin embargo, en Latinoamérica las lesiones por accidentes de tránsito son la principal causa de muerte en niños de 5 a 14 años y la segunda entre jóvenes de 15 a 29 años. ¿Cómo no encontrarnos alrededor de proteger sus vidas con calles más seguras?

Pacificar nuestras calles —haciéndolas más seguras y caminables— también protege y beneficia a las personas más humildes que son quienes más se enfrentan al espacio público de la ciudad. En un contexto de pobreza y enorme desigualdad como el de nuestro país y sus ciudades, para muchos, la decisión de caminar no es opcional. Bajo nuestra realidad, las personas de menores recursos caminan considerablemente más (30-45 % viajes a pie) que los grupos de mayores recursos (20 % de viajes a pie) y por lo general deben hacerlo bajo pésimas condiciones de infraestructura y culturales (Ver informe BID – El rol del transporte activo…). Entonces, también es un asunto de equidad social.      

En medio de la actual coyuntura de paros y protestas lo estamos viendo. Los más perjudicados por la destrucción y los bloqueos al sistema público de transporte son las personas más humildes que se ven obligadas a caminar por horas para regresar de sus trabajos.

En medio de la crisis del covid podría asegurar que todos hemos caminado más. Con los confinamientos, el teletrabajo y el cierre de colegios caminar se hizo más frecuente y central para muchos de nosotros. Hemos pasado más tiempo gravitando alrededor de nuestros barrios, comprando local, pasando tiempo en los parques cercanos y conectando con nuestros vecinos.  Se instalaron unas dinámicas de proximidad muy valiosas que debemos tratar de conservar y consolidar.

La crisis nos ha ayudado a ganar conciencia sobre la importancia de caminar para nuestras vidas y la calidad de nuestros barrios y ciudades. La verdad es que cuando el carro deja de ser el protagonista de la ciudad y sus calles, la actividad humana florece y el espacio público se vuelve un lugar para el encuentro, para el juego, para los amigos y para aprender a confiar en el otro. 

Es por todo esto y mucho más que la causa del peatón puede ayudarnos en estos momentos de división y polarización extrema. Necesitamos ejercicios cotidianos que nos ayuden a sanar en el día a día y que nos guíen hacia la construcción colectiva de mejores barrios, mejores comunidades, mejores ciudades y, finalmente, un mejor país.  

Estamos en la semana de la Seguridad Vial que está promoviendo el tema de #CallesPorLaVida #CallesParaLaVida y bajas velocidades en las calles o zonas de 30 kms/h. Por otra parte, el Gobierno distrital declaró el 2021 como el año del peatón.  Hay narrativas muy importantes que se están haciendo cada vez más presentes en nuestras agendas públicas, como la importancia de priorizar al peatón en el diseño y la gestión de la ciudad. El llamado es a pasar de los conceptos y el discurso a la acción. El cambio tenemos que poder sentirlo y vivirlo. El costo de no hacerlo se cobra en vidas humanas y calidad de vida.

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La ciudad como solución a los retos del COVID

La valorización de los parques en tiempos de COVID

¿Cómo habría sido esta crisis y estos confinamientos si no tuviéramos los parques de la ciudad?

Burbujas de jabón que hipnotizan a los niños

Los parques nos han cuidado a todos —a los niños, los viejos, los adultos, las personas en sillas de ruedas y hasta nuestros perros— del virus y también de la locura. Han ayudado a la señora de los helados y a los entrenadores de básquet, fútbol o tenis. Pobres niños y pobres papás si estos lugares no existieran.

Afortunadamente la ciudad invirtió en buenos parques en los últimos años y ya había construido algunos muy importantes hace algunas décadas. Los vecinos del Parque del Japón en el norte de la ciudad, que se opusieron a su adecuación, deben estar hoy tan felices como los vecinos del maravilloso Parque Gilma Jiménez en Kennedy. De verdad que han sido un verdadero tesoro en estos momentos.

Un buen parque trae seguridad porque atrae a la comunidad y, además, la une. También genera oportunidades económicas y de sustento. ¿Cuántas cosas maravillosas pasan en los parques? Unos leen, otros hacen picnics, encontramos malabaristas y equilibristas, corredores, niños aprendiendo a patinar o a montar en bicicleta, parejas enamorándose, clases grupales de yoga o tai chi, jóvenes haciendo Tik Toks, el señor que hipnotiza a los niños con bombas de jabón, vecinos haciendo visita, otros duermen su siesta… y así podría seguir y seguir.

Parque Gilma Jiménez – Foto: Evolutionline.com
Parque Gilma Jiménez – Foto: Evolutionline.com
Esta pareja salía todos los días cogida de la mano al parque. No los he vuelto a ver.
Ciclorruta Parque El Virrey
Parque El Nogal – Cr 11 y Cll 81

Con el virus aún rondando es probable que no haya espacios más seguros que los parques. Ya muy temprano en la pandemia parecía claro que el contagio era bastante menos probable en espacios abiertos y al aire libre que en espacios cerrados. Después de un año eso está recontraconfirmado. Les recomiendo leer este artículo del Washington Post: «Tras un año de pandemia, es incluso más claro que afuera es más seguro». Sin embargo, he notado algo paradójico que está pasando en Bogotá: afuera, en el espacio público donde el riesgo es muy bajo, el 99 por ciento de las personas tienen puesto el tapabocas. Pero apenas entran a un establecimiento cerrado —como a un restaurante, café o tienda, por ejemplo— la mayoría se lo quita y permanece sin él. ¡Peligrosa incoherencia!

No sé cuál ha sido el aumento del uso de los parques de Bogotá durante estos meses. Pero es evidente que su demanda ha crecido muchísimo; es algo que salta a la vista. Un estudio reciente de la Knight Foundation, en el que participó la firma de arquitectos Gehl, encontró que durante la pandemia en algunos parques de Estados Unidos su uso había aumentado hasta en un 300 por ciento. Estos espacios se han vuelto vitales en estos tiempos, cumpliendo roles y alcanzando fines que van mucho más allá de lo recreativo. Son una infraestructura social absolutamente esencial.

Y a pesar de los avances, seguramente hay muchas zonas de la ciudad en donde aún hacen falta.  ¿Y ahí qué? Yo creo que en estos tiempos habría que buscar alternativas ágiles, por ejemplo, las calles. Aquí le dimos ejemplo al mundo con nuestra ciclovía de cómo convertir las calles en el mejor parque abierto de la ciudad. ¿Por qué no extendemos ese concepto a las calles de nuestros barrios?

La crisis ha sido muy dura, pero también nos ha regalado imágenes inspiradoras de niños, familias y comunidades disfrutando de la ciudad, y nos ha demostrado lo mucho que esta tiene para ofrecer, más que en cualquier otro momento que recuerde. Hemos visto las calles y espacios de la ciudad —como los parques— cobrar un valor enorme que no les dábamos antes.

Con el regreso de las cuarentenas y del cierre inexplicable de la ciclovía, pues nos quedan los parques. Tenemos que terminar de navegar esta crisis con la firme convicción de que la ciudad y sus espacios públicos —parques, plazas, calles y ciclovías— hacen parte de las soluciones y no del problema.

Finalmente, siempre nos vendrán bien más parques, pero tienen que permanecer bien tenidos, bonitos y habitados. Esto implica necesariamente recursos y esquemas serios de mantenimiento y sostenibilidad que involucren a sus comunidades.

Alguien decía en un artículo de Project for Public Spaces (PPS) que «los buenos espacios públicos no se crean simplemente una vez (…) los espacios públicos se crean y se rehacen una y otra vez en las decisiones diarias de gestión que se toman en torno a su mantenimiento: la seguridad pública, los servicios sociales, la programación, el mobiliario y mucho más». Entre los grandes retos que tiene la ciudad está ese: aprender a gestionar su espacio público.

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La ciudad como solución a los retos del COVID

La calle de los niños

La calle de los niños. Este fue el nombre que le dimos con mi hijo a esta calle que descubrimos el año pasado en medio de los confinamientos por el COVID19.

Definitivamente, no todo ha sido malo ni fue malo en medio de la crisis. En el escenario de las ciudades se vivieron transformaciones valiosas. Con los carros guardados, las calles de la ciudad dejaron de ser esos lugares de miedo y cosas maravillosas empezaron a pasar en ellas. Una de las más extraordinarias fue ver niños con sus padres en las calles y el espacio público de la ciudad. 

Si hay niños presentes en la ciudad es porque algo bueno está pasando en ese lugar, empezando porque es seguro. Y si no los vemos, pues es indicativo de que algo no anda bien. 

Nosotros aprovechamos las cuarentenas para salir a dar paseos en bicicleta en las tardes.  Y el destino muchas veces fue esta calle, convertida en el mejor parque del barrio. En otra ocasión, nos animamos y llegamos hasta Usaquén entre andenes, ciclorrutas establecidas y las nuevas que implementaron como respuesta a la crisis. 

Con las cuarentenas, el teletrabajo y los cierres de colegio, el barrio y sus calles se hicieron más centrales en nuestra vida. Caminar se volvió más recurrente, por ejemplo, para mercar o ir al parque. En este caso, los niños aprovechaban la calle para jugar mientras sus papás socializaban y se conocían. 

De una manera absolutamente orgánica e informal, la comunidad implementó en esta calle el concepto de una ciclovía barrial o una calle abierta. ¿Cuántos barrios de la ciudad podrían beneficiarse de la implementación de un concepto de estos? El año pasado escribí un artículo explicando en más detalle la idea de las calles abiertas: Los niños se toman las calles. 

Cuando el carro deja de dominar la escena urbana, la ciudad florece con actividad y vida humana. En muchas partes del mundo los gobiernos entendieron la coyuntura como una oportunidad única para recuperar espacio de la ciudad cedido históricamente a los carros para devolvérselo a las personas. 

En Bogotá lo vivimos con las ciclorrutas y tímidamente con los restaurantes. Por un lado creo que pudimos haber hecho más, y de todas maneras, siento que la coyuntura deja unas lecciones de innovaciones urbanas demasiado importantes que deben seguirse considerando hacia adelante. Ideas sencillas y accionables en el corto plazo con miras a generar cambios físicos y culturales de largo aliento para la ciudad y sus dinámicas. 

La dicha duró muy poco, pero la imagen y las sensaciones que nos deja este experimento forzado de una ciudad sin carros es algo que no se nos puede olvidar y que espero  nos motive a seguir buscando y persiguiendo la posibilidad de esa mejor ciudad; una ciudad donde los carros cedan el protagonismo a las personas, a los niños, a vivir mejor. 

@miblogota

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Bogota La ciudad como solución a los retos del COVID

Mercados Campesinos al Barrio

Plaza de Mercado del 7 de Agosto

Las plazas de mercado son lugares de visita obligados en una ciudad; expresan y dicen mucho de su identidad.  

En el caso de las plazas en Bogotá, se evidencia la riqueza de los frutos de Colombia en la combinación de los colores que alegran sus diferentes puestos de venta: papaya, mangos, lulos, piñas, cocos, feijoas, ciruelas, guanábanas, mangostinos y curubas, entre muchas otras. También están los puestos especializados en papas, quesos y lácteos, verduras y hierbas aromáticas. Están los pescados, las carnes y los pollos. Y los locales de las pócimas y exóticas medicinas populares. Son un verdadero testamento de la riqueza natural, cultural y gastronómica del país. Visitarlas es entrar en contacto con sus diferentes regiones y pisos térmicos, desde la región andina hasta la Amazonía.   

Son, por supuesto, ese punto de encuentro entre lo urbano y lo rural que nos recuerda la interconexión entre estos dos mundos.  Del buen desarrollo de nuestras ciudades y de cómo decidimos vivir en ellas dependen el equilibrio y la sostenibilidad de nuestros campos y sus comunidades. De la misma manera el agua, la calidad del aire que respiramos, la energía que nos mueve y nuestra seguridad alimentaria dependen de esa relación.  

Escuché a alguien decir por ahí que las plazas son “un medio de preservación del campo dentro de la ciudad». 

Por otra parte, aunque el plan de ir a la plaza a mercar es sin duda uno de de los mejores, por precio y experiencia, también creo que todos los barrios de la ciudad deberían contar con su propio mercado campesino. Hacerlos al aire libre, aprovechando calles, parques o plazas, habría sido una gran innovación en medio de la actual coyuntura del covid.

Potenciarían dinámicas de proximidad ayudando a eliminar viajes en carro; activarían espacios públicos de los barrios propiciando el encuentro de los vecinos; resultarían más seguros frente al contagio en la actual coyuntura; y ayudarían a generar esa conexión en la conciencia de los ciudadanos sobre el necesario equilibrio que debemos buscar entre lo urbano y lo rural. Nos ayudaría a hacer más presente el campo en la ciudad. 

Al espacio público le traerían vida, color y mejorarían la sensación de seguridad. Bien curados y organizados, serían pura acupuntura urbana para los barrios de la ciudad.    

Hay que pensar en recuperar el entorno de la Plaza del 7 de Agosto y de todas las plazas. Eso es si de verdad queremos potenciarlas como los destinos turísticos que podrían ser. Dirigir acciones para recuperar sus entornos detonaría igualmente procesos de revitalización y recuperación de los barrios donde están. 

Finalmente, el concepto de la ciudad de los 15 minutos gira alrededor de simplificar la vida en la ciudad, de afianzar dinámicas que hagan que la vida se conduzca más como la vida en un pueblo: trayectos cortos, cercanía con los vecinos, economía local.  

Bogotá cuenta con 19 plazas distritales de mercado, una en cada localidad. Me voy a proponer visitarlas una a una.

***Serie: La ciudad como solución a los retos del COVID.

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Bogota

La ciudad como un álbum de chocolatinas Jet

Módulo en el Parque de la 93 con información sobre sus árboles.

Lo cierto es que es más fácil sentir conexión y compromiso por algo si lo conocemos. Y por eso mismo, de cuidarlo y protegerlo.

¿Cuáles son las especies de árboles que viven en el parque o en el barrio? La gran mayoría de nosotros no tiene la más mínima idea. Este módulo informativo le cuenta a los visitantes del Parque de la 93 sobre las diferentes especies de árboles que viven en él y es un ejemplo perfecto de cómo la ciudad, en su espacio público, puede entenderse y aprovecharse como el mejor lugar para aprender sobre asuntos que son importantes para todos y formar mejores ciudadanos.

¿Cuánto más nos interesaríamos en el cuidado y protección de nuestros árboles y medio ambiente si supiéramos más sobre ellos? ¿Cómo se llama ese árbol? ¿Qué especies de pájaros conviven con él? ¿Es nativo? ¿Cuál es su origen?

Es una idea que podría replicarse en todos los parques de Bogotá. El mismo parque se vuelve una herramienta para que los niños aprendan sobre la naturaleza que hay en la ciudad y se sensibilicen sobre la importancia de cuidarla y conservarla.

Otra razón para que los niños quieran ir al parque. Me imagino esta misma idea en formato de juego. Los niños descubriendo y aprendiendo sobre los árboles de su parque, como llenando el clásico álbum de las chocolatinas Jet. Un juego para niños, pero también para adultos. Un juego que también podrían aprovechar los colegios.

La ciudad como un laboratorio vivo de aprendizaje. Este mismo concepto podría aplicarse a muchos otros temas y problemáticas.

Una oportunidad de aprender jugando en la cotidianidad.

A veces siento que estamos tan obsesionados buscando soluciones complejas y sofisticadas, que dejamos de ver otras mucho más sencillas, accionables y potentes.  

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Bogota

Tiendas a Cielo Abierto: Acupuntura urbana para Bogotá

Imaginemos miles de tiendas barriales, cafeterías, fruterías, cigarrerías, misceláneas y panaderías de la ciudad aprovechando sus fachadas, los andenes frente a sus negocios, para ubicar uno o dos juegos de mesas y asientos, acompañadas de unas materas con flores que embellezcan y encierren el espacio, quizá unas sombrillas para estar bajo el sol, para que sus clientes puedan sentarse al aire libre.

Imaginémonos, transferir el exitoso modelo de restaurantes a cielo abierto, que nace como respuesta a la pandemia, a las miles de tiendas de barrio de la ciudad: Tiendas de Barrio y Panaderías a Cielo Abierto. Simplificado. Sin necesidad de vallas, señores de seguridad y logística o costosos montajes. Pero en cambio, animado eso sí, por pequeños detalles de creatividad que aportarían los tenderos de la ciudad. Imaginémonos, un gran ejercicio de acupuntura urbana para Bogotá que revitalice y alegre sus calles, fortaleciendo el tejido social de sus barrios y comunidades, protagonizado por estos negocios híper-locales. París y Buenos Aires tienen sus cafés. Nueva York sus mini-mercados 24 horas. Bogotá tiene sus tiendas, misceláneas y panaderías.

En términos generales, podría ser hasta más atractivo y beneficioso para la ciudad que lo de los restaurantes. Sencillamente, porque es mucho mayor su alcance. Según información de la alcaldía, al piloto de restaurantes que empezó en septiembre del año pasado, se han vinculado más de 8,600 establecimientos, con operación en más de 50 zonas de la ciudad y, en algunos casos, ayudándoles a los negocios a aumentar sus ventas en un 85%. Imaginemos ahora la posibilidad de transferir esos resultados al universo de aproximadamente 70,000 tiendas -25,000 registradas en Bogotá, hay 278,000 en el país- y 8,000 panaderías, regadas en miles de calles y esquinas por los barrios de la ciudad.

¿Lo ven? ¿Alcanzan a dimensionar el potencial impacto que algo así de sencillo y accionable podría significar en términos de reactivación económica, protección frente al virus y el efecto para nuestras calles, barrios y comunidades?

Veamos. Vayamos por partes.

Uno de los mejores ejemplos que he visto de reinvención para salir adelante en medio del COVID. Bar se transforma en una tienda local de flores, frutas y verduras abriéndose al aire libre. Embellece la esquina, la calle, el barrio. Crea sensación de confianza y comunidad.

Para empezar, consideremos el aspecto económico: ¿Cuántas gaseosas, Chocorramos y paquetes de papas más se venderían al día? ¿Cuántos panes y cafés más?  A simple vista, su efecto acumulado en la reactivación económica de la ciudad podría ser espectacular. ¿Cuánto le significaría en ganancias a los tenderos y sus familias? ¿Cuánto a empresas como Coca Cola, Postobón, Ramo o Alpina por mencionar algunas?  Se benefician las tiendas, también las grandes marcas, y de paso, muchos otros proveedores más.

En segundo lugar, representaría un esfuerzo vital, urgente y estratégico para lo que resta de la pandemia por llevar el efecto protector del aire libre frente al COVID a esa gran cantidad de interacciones humanas que suceden a diario en torno a estos negocios barriales. Ya hemos visto como algunos tenderos, informados sobre el enorme riesgo de contagio que existe en espacios cerrados y mal ventilados -por lo general estas tiendas-, y seguramente animados por el ejemplo de los restaurantes, ya lo vienen aplicando por iniciativa propia. Y, sin embargo, transcurrido casi un año desde que todo esto empezó, sigue siendo común ver a personas consumiendo al interior de muchos de estos diminutos locales con el riesgo de contagio que eso implica.

¨Ventilación, ventilación, ventilación¨, repetía el otro día la alcaldesa como recitando un mantra, al insistir sobre la importancia de seguir cuidándonos. Pues a cambio de una muy baja inversión y un mínimo esfuerzo de adaptación, sería exactamente lo que ganarían estos negocios si se extendieran al aire libre. Lo que además generaría mayor confianza entre vecinos y transeúntes, y a su vez, mejoraría las ventas. El escenario es redondo. Reactivamos y protegemos la economía, al tiempo que cuidamos la vida. Un proyecto así, también podría activar un importante ejercicio de cultura ciudadana que nos ayude a seguir cuidándonos hasta que la crisis se resuelva definitivamente. El solo despliegue de estos esquemas a cielo abierto, acompañado de buenos mensajes sobre el efecto protector del aire libre y la distancia física, podrían ayudar a hacer la tarea,

Por último, tenemos el potencial efecto que las tiendas y panaderías a cielo abierto podrían significarle a la ciudad como acupunturistas urbanas que sanan y revitalizan el tejido físico y social de sus barrios. Similar al impacto que los nuevos parques han traído mejorando la seguridad en sus alrededores. Calle por calle, esquina por esquina, fachada por fachada, con una tienda aquí y otra tienda allá, se detonaría un proceso que traería más vida a los barrios. Más personas y actividades gravitarían alrededor de estos negocios, aportando más ojos en las calles, y con ello. creando sentidos de lugar y comunidad más fuertes.

Jaime Lerner, el famoso urbanista ex alcalde de Curitiba, Brasil, se refería en su libro Acupuntura Urbana, al gran valor que las tiendas esquineras que abren 24 horas, muchas de dueños coreanos, representan para la vida y buena salud de una ciudad como Nueva York.

¨Yo a veces digo que la ciudad de Nueva York debería construirle un monumento a las anónimas tiendas que abren 24 horas. Estas tiendas no solo ofrecen infinidad de estanterías de mercancías y productos, sino que también dan vida a barrios completos, literalmente iluminando incontables esquinas de calle tristes y lánguidas. Las personas se mezclan y se encuentran bajo las luces de la ciudad mientras hacen compras de noche. Todo lo cual hace que la ciudad sea más segura. ¨

¨Y como estos tenderos nunca duermen, sus fachadas iluminadas sirven como puntos vitales de referencia, haciendo mucho más por la ciudad que lo que cualquier desfile callejero o festival cultural podría hacer. Es por esto que estos tenderos anónimos y la miríada de pequeños negocios informales están rankeados entre los acupunturistas más importantes de Nueva York. ¨

Las tiendas y panaderías de barrio ya eran centrales en nuestra cultura. Pero en medio de restricciones a la movilidad, cuarentenas, cierres de colegios y teletrabajo, su protagonismo y participación en nuestras vidas y la vida del barrio ha cobrado incluso más importancia. Otra razón más para pensar que, bien desplegada, una iniciativa de tiendas a cielo abierto podría ser una verdadera revolución urbanística y cultural para Bogotá. Animaría e iluminaría sus calles. Ayudaría a afianzar dinámicas favorables de proximidad y vecindad que se intensificaron con la pandemia – ciudad de los 15 minutos. Sin duda, nos propondría una relación más íntima, directa y activa con sus calles, así como con nuestros barrios y comunidades.

Sería ese pinchazo estratégico que está necesitando la ciudad en estos momentos.

A pesar del espejismo de la llegada de las vacunas, tenemos que saber que la crisis está lejos de acabarse. No es momento de cruzarse de brazos. Tenemos que seguir buscando soluciones innovadoras y accionables que nos ayuden a navegar mejor el tiempo que nos tome llegar a su definitiva resolución. Una iniciativa en este sentido, impulsada por el gobierno distrital, recogiendo lecciones del piloto de restaurantes, sumando voluntades de pequeñas tiendas y grandes marcas de bebidas y alimentos, podría ser realmente importante para responder a los diferentes retos que nos sigue presentando el momento y algo muy positivo para el futuro de la ciudad.

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Clima a favor… ¡abramos las ciudades!

Serie: La ciudad como solución a las retos del COVID

Con tanta incertidumbre frente a la vacuna y en medio de este golpe certero de realidad que nos está propinando el segundo pico de la pandemia, lo más responsable es pensar y actuar aceptando que la resolución de la crisis sigue estando lejos. Todo nos está indicando que este año tendremos que seguir conviviendo con el virus; y quizás el siguiente.

Por eso, además de seguir insistiendo en hábitos como el distanciamiento físico, el lavado de manos y el uso de tapabocas, es absolutamente estratégico seguir buscando en el espacio abierto al aire libre y en la adaptación y gestión de espacios (plazas, parques, calles, terrazas y techos), la protección para que negocios y diferentes actividades -sociales, recreativas, culturales, políticas- puedan reanudarse y sostenerse de manera estable en el tiempo

El recurso del aire libre como aliado para protegernos del virus, es sin ninguna duda, una de las lecciones más importantes en lo que llevamos de pandemia. Fue precisamente buscando esa garantía, que vimos a ciudades por todo el mundo volcarse con gran convicción y audacia hacia su espacio púbico exterior para retomar la vida, innovando y readaptando todo tipo de lugares. Aprovechar el espacio público, incluidas las calles, ha sido crucial para cuidar nuestra salud emocional y física, y, asimismo, para la recuperación de la economía, salvando negocios y empleos.

Desafortunadamente en Bogotá entendimos eso tarde -tuvimos la Ciclovía y los parques cerrados por varios meses – y el recurso del aire libre lo aprovechamos de manera muy tímida y parcial.  Por ejemplo, se reabrieron restaurantes a cielo abierto, pero el concepto pudo haberse extendido y beneficiado a miles de tiendas barriales con unos efectos multiplicadores enormes para la recuperación económica y la salud; y de ñapa, activando fachadas, calles, mejorando la seguridad con “más ojos en las calles.” ¿Cuánto más habríamos podido haber hecho en nuestros parques, plazas y calles? El límite es la imaginación. Mercados campesinos barriales, cines, conciertos y obras de teatro en nuestros parques, escuelas deportivas y gimnasios al aire libre, actividades lúdicas para niños, puestos de información, testeo y pedagogía sobre el COVID, etc.

Como ciudad de un país ecuatorial, con condiciones parejas y amables a lo largo del año, salvo algunas temporadas de fuertes lluvias, lo cierto es que tenemos un clima privilegiado para permanecer y realizar actividades al aire libre. El problema es que durante años hemos arraigado una cultura de vivir encerrados, huyéndole al espacio público y buscando la manera de privatizar nuestra comodidad y seguridad, como respuesta a una ciudad insegura, hostil, desigual y por lo tanto supremamente desconfiada del diferente y el extraño. Ya quisieran los canadienses o los noruegos, o los ingleses, un clima y unas condiciones como las nuestras en medio de la actual crisis.

Estar afuera se volvió una necesidad para enfrentar el COVID. Y, sin embargo, es como si acá no terminara de calar. El esfuerzo de adaptación que ciudades de otras latitudes han tenido que hacer con la llegada del frío del invierno para poder mantener algunas actividades al aire libre ha sido enorme y costoso. Hablamos de calentadores, indumentaria, carpas, uso de energía, remoción de nieve, esquemas de iluminación. El fuerte repunte del contagio en estos momentos en Europa y Estados Unidos coincide con las temperaturas frías de estos meses -diciembre a febrero- que empuja a las personas a lugares cerrados.  En Colombia, por el contrario, sufrimos de la maldición de la abundancia, que por tener tanto de algo y tan cerca, sencillamente no lo aprovechamos; ni siquiera lo vemos.

Nuestro problema no es el clima, es cultural.

Competencia de diseño para adaptar espacios exteriores durante el invierno – Winter Places –https://benchconsulting.co/winter-places/

Entramos avisados al 2021.Tenemos que seguir cuidándonos y eso no puede significar volver a depender exclusivamente de confinamientos estrictos. Necesitamos otras opciones, menos restrictivas y unidimensionales, y para eso, la ciudad y su espacio público han demostrado su enorme valor como fuentes de soluciones para navegar el momento.

¿Será que finalmente, a partir de este durísimo segundo pico, empezamos a tomarnos más en serio las ventajas de realizar actividades en espacios abiertos y la necesidad de gestionar mejor el espacio público de la ciudad? ¿Además de los restaurantes a Cielo Abierto, qué otros negocios vamos a tratar de activar al aire libre? ¿Veremos intentos por parte de la administración de darle más orden y gestión a lugares como la Séptima Peatonal y San Victorino para evitar aglomeraciones? ¿Le daremos un mayor protagonismo a nuestros parques como sitios de encuentro de nuestras familias y comunidades?  

El año pasado el COVID nos forzó a salir y nos dio una muestra de las enormes oportunidades que nos esperan afuera en la ciudad. Exploramos. Probamos algunos modelos. Lo de los restaurantes a cielo abierto funcionó, vimos familias reunirse en parques, picnics para celebrar cumpleaños, empezamos a aprovechar terrazas y techos, algunas tiendas salieron al andén, se peatonalizaron algunas calles, etc. Pero fue solo un abrebocas, apenas una pequeña prueba de algo que podemos y debemos profundizar para sobrellevar la crisis en este 2021, y que, si lo hacemos con convicción, también traerá unos cambios culturales muy positivos con respecto a la manera como gestionamos, vivimos y disfrutamos la ciudad.

Al final, nos habremos protegido del virus y dejado una mejor ciudad para vivir. Una ciudad que se vive más en su espacio público que a puertas cerradas, y, por lo tanto, más respetuosa de lo público, más incluyente y cohesionada, más segura y caminable, más alegre y sostenible.

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****Es preferible avanzar lento pero seguro. Si caemos en una lógica de arranques y apagones, de necesitar que nos aprieten toda la rienda o que nos la suelten por completo, estamos jodidos.  Es innegable que finalizando el año pasado caímos en una relajación colectiva que nos está costando caro. Cualquier cosa que hagamos tendrá que reforzarse con buena pedagogía y mucha disciplina colectiva.

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Ciclorruta de la 7ª, victoria sobre el status quo

Recién arrancando esta crisis del covid por el mes de marzo, con maletines y conos naranja, y después con pintura y unos taches amarillos, se hizo más por la transformación del corredor de la 7ª que lo acumulado por todos lo gobiernos anteriores, desde que tengo memoria.

Y ojo que acá no estoy refiriéndome a la cantidad de esfuerzos, recursos o tiempo destinados a lograr esa transformación, ni al proyecto ideal. Me refiero a transformación efectiva, concreta, visible y palpable. 

Ese primer fin de semana del simulacro de confinamiento en Bogotá, en un abrir y cerrar de ojos se desplegaron decenas de kms de ciclorrutas «temporales» por la ciudad, como medida para contener y protegernos del virus. Se facilitaba una opción individual, segura y limpia de movernos, que a la par ayudaba a descongestionar Transmilenio.

Muchas otras ciudades del mundo entendieron el valor estratégico de la bicicleta como aliada para enfrentar el momento, y como Bogotá, hicieron lo propio habilitando nuevas ciclorrutas. Urbanismo Táctico escala ciudad. Urbanismo táctico escala global. ¿Cuántos nuevos kms de ciclorruta pudo haber ganado el mundo durante estos meses de crisis? Ni idea, pero tienen que estarse contando en los miles. ¿El impacto en calidad del aire, reduciendo emisiones, accidentes en las vías, desatascando ciudades? Devuelve la esperanza en el mundo. (Aquí puede ver el fenómeno en cifras y unas gráficas interactivas increíbles para Europa).

Ahora bien. Tomada la decisión de no ir más con el proyecto de Transmilenio por la 7a, algo que deberíamos aceptar ya como un hecho, -como una realidad política-, hay entonces que pasar la página, pensar en el futuro del corredor y empezar a trabajar con lo que hay. Y lo que hay en estos momentos, gracias a esta coyuntura del covid, es una ciclorruta de 18 kms implementada, que empieza en la Cll 106 y termina donde empieza la intransitable 7ª peatonal. Y que, desde el sur, arranca en la 1 de Mayo hasta llegar a la Cll 12 (Casa del Florero).

Lo más importante aquí, es que después de tantos años de parálisis y bloqueo político –por diferentes razones-, en los que el corredor permaneció congelado en el tiempo, inmutable, de repente, algo cambió. Pero además, no solo pasó algo, sino que pasó algo realmente significativo que reconfiguró de manera estructural el espacio y las dinámicas del corredor. Y todo, en cuestión de días y semanas.

¿Se imaginan haber metido una ciclorruta de 18 kms por la 7ª en cualquier otro momento o coyuntura?

Absolutamente inimaginable. Imposible en medio de unas dinámicas políticas del corredor y de la ciudad, que han probado ser mucho más efectivas para oponerse y obstaculizar proyectos que para moverlos, avanzarlos y consolidarlos. Porque si en algo nos hemos vuelto expertos en Bogotá, es en bloquear proyectos y destruir o descontinuar los que tenemos y nos mueven. Y por el lado de los gobiernos, pues estos sí que han sido especialmente malos legitimando y construyendo el respaldo necesario para que los proyectos se realicen, vean la luz, se apropien y se consoliden en el tiempo. Al proyecto de Transmilenio por la 7ª, no le alcanzó el tiempo -que le faltó muy poco-, pero tampoco el respaldo social y político. Son claros los riesgos de ser tan eficientes pero impopulares.

¿Quiénes ganan con esos proyectos fallidos, efectivamente bloqueados? ¿Quiénes ganan con la parálisis? La respuesta es obvia, el statu quo. Quienes se opusieron al Transmilenio por la 7a, lo que quieren es que nada cambie. No les servía ese proyecto. Ahora tampoco les va a gustar la ciclorruta. Lo único que piden es más vías, para que salgan más carros, para que el trancón ya no sea de 2 sino de 3 carriles; pero que será finalmente el mismo trancón. Lo único que defienden es su interés personal y directo de no verse incomodados por la obra de un Transmilenio, y ahora, por la llegada de esta ciclorruta intrusa que se hizo sin pedirles permiso.

En este punto, creo que hay que celebrar que este monumental debate desatado por el nuevo bicicarril de la 7ª se esté dando sobre la realidad de 18 kms implementados, y no sobre unos renders y la propuesta del proyecto perfecto que necesita el corredor. Fue esa precisamente, la interminable, polarizada y estéril conversación en la que estuvimos enfrascado por tantos años, sin que nada pasara, pero eso sí, con todos de acuerdo en la urgente necesidad de un cambio profundo para el corredor.

El peor escenario de todos es la parálisis. El peor escenario de todos es el statu quo

Por eso creo que esta nueva ciclorruta tiene que aprovecharse como ese detonante que empieza, sobre la marcha, a darle el tono y la forma a ese proyecto central de la actual administración que es el Corredor Verde, y que, hasta antes de la llegada del bicicarril, no era más que un concepto demasiado ambiguo, incierto y en borrador. Lo que aparece entonces, es una enorme oportunidad de mover el proceso de transformación del corredor bajo un lente menos de mega-proyecto y soluciones celestiales y más de gestión y transformación permanente, gradual y comprehensiva del corredor.

Un esquema de cambio más flexible, creativo y ágil, comprendido de intervenciones estratégicas que lo revitalicen, que deberá comprender aspectos tanto físicos como culturales, y valerse de una variedad de estrategias y posibles soluciones para darle prioridad a peatones, ciclistas y sobre todo al transporte público. Y algo muy importante, con dosis importantes de participación ciudadana que lo respalden, legitimen y oxigenen.

Pero hay que aprovechar y consolidar el impulso ganado. Hay que seguir sumando pequeñas victorias con gran sentido de urgencia. El urbanismo táctico es eso. Ganarles impulso, movimiento y respaldo a procesos de transformación urbana con acciones ágiles y costo eficientes, a través de las cuales cambiamos imaginarios y expectativas sobre lo que es posible para un lugar. Y lo más importante quizás, son acciones y procesos guiados y motivados por la claridad y convicción de los cambios de largo aliento a los que queremos llegar. ¿Seguimos por el camino de la carro-dependencia? ¿O aterrizamos con hechos esa promesa postergada de un corredor y una ciudad más sostenibles y que les funcione a las personas, no a los carros?

No nos equivoquemos. La pelea por el corredor de la séptima, apenas está empezando. 

“Cuando empujas el status quo, éste empuja de vuelta, fuerte.” Streetfight— Janette Sadik-Khan

Finalmente, ¿cuál puede ser el mensaje o la lección que podemos llevarnos de este episodio en el que una ciclorruta, desplegada en cuestión de días y a muy bajo costo, derrota finalmente la eterna parálisis del corredor de la 7ª? 

El corredor y de pronto también la ciudad, necesitan y podrían beneficiarse de una lógica de cambio radicalmente diferente, que puede ser más sencilla, económica y eficaz. Lo que no quiere decir, más fácil. 

A veces, menos es más.

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