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Abrir restaurantes y revivir la ciudad

El piloto para la reapertura de restaurantes de Bogotá, “A Cielo Abierto”, estará sucediendo esta semana que viene, 3,4, 5 y 6 de septiembre, entre jueves y domingo.

En rueda de prensa de hace un par de semanas, la alcaldesa López confirmaba su realización y revelaba algunos detalles:

“Vamos a cerrar y peatonalizar unas 100 calles de nuestra ciudad, de jueves a domingo para que la gente pueda trabajar al aire libre, no en espacio cerrado. Mejor ventilado, por lo tanto con menos riesgo, con otros protocolos de bioseguridad, para que podamos volver a tener el sector de restaurantes y gastrobares trabajando, no todos los días, pero si de jueves a domingo, o de viernes a domingo.”
Claudia López.

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Ya hemos visto cómo en otras ciudades del mundo los restaurantes han vuelto a abrir al aire libre, aprovechando su espacio público y sobre todo sus calles: Nueva York, Madrid, París, y muchísimas otras más.

Ha sido un fenómeno global que le ha devuelto la vida y la alegría a las ciudades, abriéndonos los ojos y la imaginación sobre las enormes posibilidades que tenemos en medio de esta difícil crisis para avanzar con hechos concretos la apuesta por ciudades más humanas, sostenibles y menos carro-dependientes.

 

Entonces, tenemos que entrar en esto, reconociendo que, detrás de la reapertura de restaurantes, hay una oportunidad de hacer algo mucho más significativo que solo abrir restaurantes. Por supuesto es un paso vital para reactivar la economía, dándoles a muchos negocios del sector la oportunidad de sobrevivir y salvar miles de empleos. Pero además de esa urgencia, hay una oportunidad soñada de devolverle la ciudad a las personas, activar y reconquistar nuestro espacio público, mejorar barrios y afianzar dinámicas de proximidad que nos inviten a movernos a pie y en bicicleta como las mejores opciones, por encima del carro.

A través de este piloto podemos restaurar y consolidar la vocación peatonal -desaprovechada- de muchas de las zonas donde ocurrirá el piloto; Usaquén, Zona G, Calle Anticuarios, Parkway, Macarena, Quinta Camacho, Calle 11 en el centro y muchas otras más.

¿Somos conscientes de la oportunidad que tenemos entre manos?

Y, sin embargo, esto solo será posible, si apostamos y tomamos riesgos con la suficiente claridad y convicción de saber muy bien el tipo de ciudad que queremos ser cuando se acabe la crisis. ¿Queremos una ciudad más carro dependiente, asfixiada y congestionada? ¿O, por el contrario, una ciudad con mejor calidad de aire, sostenible, amable y que ponga por delante de los caprichos del carro las necesidades de las personas y la salud de la ciudad? De acuerdo a como actuemos y aprovechemos el momento, saldremos de la crisis.

Ojalá quienes están al frente de estos proyectos, tanto en Bogotá como en las diferentes ciudades del país, dimensionen el tamaño de la oportunidad que tienen entre manos y la responsabilidad que les corresponde de saberla aprovechar.

Si el proyecto es exitoso y se realiza desde la comprensión de lo que es posible lograr y lo que está en juego, es realmente importante lo que podemos ganar y avanzar mejorando la calidad de nuestras calles, barrios y ciudades.

Algunos puntos para tener en cuenta

Además de la dimensión económica, hay que ver estos proyectos con ojos de oportunidad para:

  • Bajarle la velocidad a calles y barrios.
  • Mejorar barrios.
  • Promover y afianzar dinámicas de proximidad, incentivando que personas lleguen a pie y en bicicleta a sus destinos.
  • Reactivar espacio público muerto y en desuso.
  • Mejorarle y abrirles más espacio a los peatones. Restaurar y consolidar la vocación peatonal -desaprovechada- de muchas de las zonas donde es posible que ocurra el proyecto.
  • Darles nuevos usos y sentido a nuestras calles. Sobretodo en estos momentos que el aire libre y el espacio exterior cobran tanto valor como aliados para protegernos del virus y convivir con este1.

Por ningún motivo y en ningún caso, hacerlo a costa de la seguridad, comodidad y espacio de los peatones.

Si hay un principio rector que debe orientar la implementación y el escalamiento de cualquier iniciativa de estas, tendría que ser este.

Si se hace en andenes suficientemente anchos, está bien. Pero de lo contrario, será mucho más estratégico buscar otros espacios, y siempre está la posibilidad de aprovechar la calle.

Vale la pena repetir. Siempre está la posibilidad de aprovechar la calle

Para el caso de calles es posible aplicar diferentes esquemas/alternativas:

  • Peatonalizaciones completas.
  • Peatonalizaciones flexibles. Aplicadas ciertos días y en ciertos horarios.
  • Calles lentas. Permiten acceso únicamente a tráfico local: residentes, servicios de ciudad, emergencias, casos especiales. (Ver: Los Niños se toman las calles)
  • Readaptación y angostamiento de calles. Se eliminan carriles de ciertas vías con el fin de habilitar espacio en la calle para el uso que se le quiera dar, en este caso, la posibilidad de disponer de mesas para activar negocios de comida.

La aplicación de cualquiera de estos conceptos tendrá implicaciones muy positivas para la calidad de los barrios, quizás entre las más importantes y urgentes, la de bajarles la velocidad a sus calles.

Es el momento de mejorarle el espacio a quienes caminan, no de reforzar la cultura de dejarlo de último en las consideraciones de diseño y gestión de la ciudad.

Urbanismo táctico (de verdad)

El urbanismo táctico en medio de la pandemia tiene que entenderse como un recurso sobretodo funcional para actuar con gran velocidad para readaptar y reconfigurar espacios públicos, incluidas calles y avenidas.

Hay que ser muy conscientes y empáticos frente a la realidad económica del momento y pensar en los mensajes que envía cualquier intervención. Todo lo ornamental y estético, creo que debe y puede pasar a un segundo plano en estos momentos. Lo más importante es concentrarse en la operación e implementación.

Este es uno de esos casos en los que menos puede ser más. La vida que cobrarán las calles y los espacios de la ciudad, será lo realmente atractivo y cautivante.

Se necesitarán cierres y protecciones para lo cual pueden utilizarse materas, conos, pintura y otros materiales de muy bajo costo, que también pueden embellecer.

No promover esquemas Drive Thru

El piloto de Bogotá está contemplando un esquema de estos. Ojalá reconsideraran. (Ver propuesta.)

En primer lugar, no hay un mayor sinsentido que asociar los conceptos, métodos y objetivos del urbanismo táctico, con iniciativas que ayudan a facilitarle la vida a los carros y promueven su uso.

Por otra parte, no hacen parte de nuestra cultura. ¿Vamos ahora a poner de moda comer entre el carro? ¿No les parece que terminar en eso es el síntoma del fracaso absoluto de la calidad de vida? ¿Cuál es la coherencia de eso frente al discurso de la ciudad sostenible que queremos ser y la necesidad de desincentivar viajes en carro?

“Si diseñas una ciudad para carros y para el tráfico, consigues carros y tráfico. Si diseñas una ciudad para personas y lugares, consigues personas y lugares.”-Fred Kent, Fundador Project for Public Spaces.


​​​​Todos sabemos de la fuerte reacción que se viene por parte del carro y la moto por temor al virus. Ya hemos visto los trancones en cuanto se han relajado las medidas.

Que aparezcan iniciativas de los privados en este sentido, es de esperarse y las habrá de sobra. Pero que lo promueva la administración, desatinado, por decirlo suavemente.

La coherencia entre discurso y medidas es importante.

En cambio, muy bienvenida la opción de los camiones de comida. Esta es una coyuntura perfecta para promover y explorar este tipo de innovaciones. Al aire libre, aprovechando espacio de vía, con la posibilidad de activar espacio público.

Promover viajes a pie y en bicicleta, no en carro

Todos los esfuerzos y la creatividad tienen que emplearse en tratar de promover y afianzar dinámicas de proximidad, para que las personas lleguen a pie y en bicicleta a sus destinos, no en carro. Lo ideal es que las personas se acerquen a la oferta gastronómica bajo una lógica de ciudad de 15 minutos, es decir, lo que quede cerca. Eso sería lo ideal.

Para esto será clave pensar en esquemas de ciclo-parqueaderos seguros en los puntos de destino. Lo cual además puede significar una fuente de ingresos para quienes las cuiden. Lo mismo que hemos visto por años del señor que nos cuida el carro, pero para bicicletas.

Bogotá necesita miles de ciclo-parqueaderos en sus destinos comerciales y esquemas que garanticen su seguridad.

¿Qué más podemos y necesitamos hacer para incentivar que lleguemos a pie y  en bicicleta a nuestros destinos?

Miedo a la palabra peatonalizar

Por cuenta de experiencias como la 7ª peatonal, la palabra peatonalización despierta los peores miedos en los bogotanos. Lamentablemente, se asocia con todo lo que puede salir mal y no con los enormes beneficios que han demostrado traer cuando se hacen bien; reactivación económica por mayor circulación de potenciales clientes, valorización de los predios, más impuestos, tejido social, calles más activas y dinámicas, seguridad vial, etc.

Tan mala ha sido esa experiencia, que los establecimientos de ese corredor, no tendrán la posibilidad de abrir en el marco de esta estrategia bajo un esquema de cielo abierto.

En lo posible, puede ser recomendable y estratégico, buscarle otra palabra.

Listos a defender la propuesta frente a la cultura de la carro-dependencia. La mejor defensa es que salga muy bien.

Aparecerá una oposición muy fuerte y radical a este esquema por parte de defensores a ultranza del derecho a utilizar y estacionar el carro a sus anchas. Hay que estar muy preparados para defender la medida con argumentos, pero sobre todo con la buena implementación y gestión de la estrategia.

Hay que hacerlo muy bien y saber demostrar los beneficios económicos y sociales del proyecto. Pero, sobre todo, su carácter estratégico y solidario para contener la crisis económica y el terrible ciclo de pobreza que estamos viviendo.

“Cuando empujas el status quo, éste empuja de vuelta, fuerte.” Streetfight— Janette Sadik-Khan

Hay que medir el impacto de las estrategias desde el día 1 y en diferentes aspectos

Se recomienda medir impacto sistemáticamente y mucha sensibilidad para ajustar y mejorar lo requerido sobre la marcha. Vale la pena medir impacto sobre: 1) contagio 2) impacto económico para restaurantes, pero también para el comercio cercano 3) la satisfacción y aceptación sobre el cambio del uso de los espacios y las calles.

En la medida que funcione y se respalden los buenos resultados con evidencia de aceptación y beneficios económicos, queda la posibilidad de hacer permanentes muchos de los cambios en las calles.

Por muchas razones necesitamos que esto salga muy bien; para los negocios, para la economía, para empezar a recobrar la vida, para el presente y el futuro de la ciudad.

Lo que hay en juego trasciende la reapertura de restaurantes.


Serie: La ciudad como solución a los retos del COVID19

1Con el equipo de investigación de la Universidad del Rosario Data-Lama estamos brindándole apoyo a los alcaldes del país, utilizando data para entender el comportamiento de la epidemia y asesorándolos en el diseño de soluciones urbanas para reanudar actividad económica y social bajo un esquema de monitoreo y evaluación de impacto para sus estrategias.

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Bogotá: El sistema está quebrado ¿Con qué lo curaremos?

El poder del contexto y el determinante humano

Me encontré con el siguiente doloroso artículo sobre el caos que se vive actualmente en Transmilenio: El plan para combatir con cultura a los ‘bárbaros’ en Transmilenio. Principalmente se refiere a la falta generalizada de cultura ciudadana que se vive dentro del sistema de buses rojos. O en palabras más directas, se refiere al comportamiento vandálico y hasta criminal que cientos de sus usuarios practican diariamente en éste. La situación de desgobierno que describe el artículo, deja la alarmante sensación de que el sistema comienza a adoptar, cada vez con mayor fuerza, los vicios y peligros que caracterizan el infierno y la tragedia que ha sido y es “La Guerra del Centavo.” Progresiva y sistemáticamente el aire que se respira en el entorno es más violento, de más irrespeto entre los mismos ciudadanos y hacia el sistema, dónde los hampones se adueñan con mayor propiedad de la escena, y así, el caos se afianza y se reproduce. El sistema se va oxidando, se va pudriendo, se va quebrando. ¿De quién es la culpa? ¿Somos los bogotanos patológicamente unos bárbaros? ¿Lo explica nuestro ADN? ¿Así somos y punto? ¿Somos una multitudinaria partida de hampones? Al fin y al cabo, todas las situaciones que menciona la nota tienen a los ciudadanos como sus protagonistas. Pareciera entonces  que hay demasiada evidencia en contra(Este es un buen artículo que así lo sugiere: La hipocresía de colarse en Transmilenio¿Ustedes qué opinan?